…el peor pecado de la Iglesia es la mundanidad espiritual. Es convertir a la religión en una antropología.
Papa Francisco citando al Cardenal De Lubac
Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.
La «Caravana de hambre y desesperación», como se ha denominado el insólito éxodo de millares de centroamericanos que, huyendo de las pésimas condiciones de vida de donde provienen, Honduras, sobre todo, pretenden en estos días cruzar el territorio mexicano con el propósito de arribar a la frontera con los Estados Unidos e ingresar a ese país, es un fuerte llamado a la conversión que esta columna engarza a una lectura veloz a la virulenta andanada de comentarios vertidos en las redes sociales comentando el asesinato a tiros de uno de los custodios de la casa donde vive el arzobispo emérito de México, cardenal Norberto Rivera Carrera, en reacción a un estilo de vida que, arguyen, no corresponde a la de un discípulo de Jesucristo.
Uno y otro lances son, por su crudeza, un llamado profético para fomentar en el presbiterio cercanía con el pueblo y compromiso cabal con la justicia social y en el episcopado mexicano la ocasión de retomar lo que el Papa Francisco les expuso de frente y con palabras claras durante la audiencia que sostuvo con ellos hace dos años, durante su visita a nuestro país: erradicar hábitos consistentes en sostener un tren de vida incompatible con el Evangelio.
Francisco denomina a quienes tal hacen «clérigos de Estado». En la historia contemporánea de la Iglesia en México surgen hace cuatro décadas, cuando la Santa Sede reemplazó a los mitrados forjados en la época dura del anticlericalismo y de la persecución religiosa por otros más dialogantes con la autoridad secular.
Y bien, ¿cómo están viviendo y qué sentido tiene hoy en día, en los seminarios conciliares y en las casas de formación, seguir a Cristo pobre?
A ese respecto, el 16 de octubre del 20018 el Papa Francisco, en el dialogo que provocó y sostuvo en el Vaticano con algunos seminaristas lombardos y sirve de cantera a esta edición, da luces para extirpar a los «clérigos de estado», «perversión de la Iglesia» que caracteriza a todo ministro del altar «centrado en sí mismo, que piensa en hacer carrera».
Ante todo, propone, sosteniendo desde la etapa formativa una cercanía con la comunidad, una actitud de búsqueda de la oveja perdida y familiaridad de corazón con la Palabra de Dios, sin olvidar el cieno con el que uno está modelado para no sentirse superior a nadie; luego, tocar el corazón de los fieles durante la homilía en lugar de aburrirlos y hacer de la misa «un culto de adoración, de alegría, de comunión» y, por último, no escandalizar a nadie con la conducta.
En un campo más operativo, pide a los seminaristas denunciar las perversiones que detecten en sus ambientes, incluyendo el de la mundanalidad espiritual y a los formadores que incluyan la rigidez afectiva como un impedimento y fuente de problemas de conducta de los pastores en ciernes. Su mensaje concluye invitando a este sector a llevar la vida como un proceso de conversión.
La tarea de transformar en México el clero de funcionarios de lo sagrado a pastores auténticos debe detectar ante todo el clericalismo, la «tentación más peligrosa» en estos ambientes, a decir del Papa, pues de él nace el narcisismo clerical, propio de quienes se conducen como si la vida comenzara y terminara con ellos y los vuelve incapaces de ver más allá de sí mismos y hasta de atropellar la belleza y la profundidad del misterio que les rodea, el de la vida y el de la fe en Dios.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 28 de octubre de 2018 No.1216