Por Sergio Ibarra

La Virgen María, a 487 años de su última aparición a san Juan Diego, que se dio a escasos 10 años de haberse consumado la ocupación y conquista de lo que debió ser la República Azteca; a 210 años de haber sido nuestra bandera durante la guerra de la independencia de México, de ser el motivo que trajo a los últimos tres Papas a visitar nuestro país, de ser un testimonio cuestionado por la tecnología del siglo XXI intentando vulgarizarla y haber sido el motivo de la incredulidad humana, dio a nuestra nación, con su presencia, una distinción que prevalece.

El diálogo con que la Virgen María distinguió a nuestra nación trascendió al invasor que ocupó por 300 años nuestro territorio, y a los 197 de independencia creó la identidad más profunda, más estética y de mayor significación que tiene nuestra nación y que no esta sujeta, por fortuna, a la cuarta transformación, que nada tiene que ver con el nombre del partido político que intentará encabezarla.

Celebramos un año más de esta distinción, de conservar la fe que nos vincula. Estamos ante el dilema de seguir o no su ejemplo, ese que nos legó con la incondicionalidad que manifestó a Dios en su condición humana durante su estancia en este mundo; ese mismo mundo en que vivió pero hoy complejo, contradictorio, oportunista y violento, para distinguirnos, para ser representantes dignos de su ejemplo. La distinción nos comprometió y nos compromete a resistir críticas y tentaciones.

Publicado en la edición impresa de El Observador del 9 de diciembre de 2018 No.1222

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