Por Antonio Maza Pereda*

El pasado 25 de noviembre celebramos el domingo en honor de Cristo Rey, fiesta establecida después de la primera guerra mundial. Instituida en 1925, por el Papa Pio XI, el año anterior al inicio de la guerra Cristera en nuestro país.

En la semana previa celebramos los beatos Anacleto González Flores y Miguel Agustín Pro, S.J., dos de los más connotados mártires de esa persecución religiosa, la cual inició en 1917, tuvo su punto álgido entre el 1926 y el 1929, continuando con baja intensidad, según algunos hasta 1988 y, según otros, hasta nuestros días.

Hechos desconocidos por la mayoría de los católicos mexicanos y no mencionados en la semana que acaba de terminar en la mayoría de las parroquias y en los medios católicos. Nada de extrañar: si la mayoría de los que se declaran católicos según el censo, no saben el nombre de su obispo, no es de esperarse que conozcan hechos de nuestra Iglesia, hace un siglo.

Esto influye ampliamente en el modo mexicano de vivir el catolicismo. Una separación tajante entre la vida pública y la vivencia religiosa. Una situación donde los medios católicos siguen teniendo restricciones y, por otro lado, no se han desarrollado suficientemente, en parte porque no se ha logrado un sustento económico de los mismos. Una separación lenta del pueblo católico de sus pastores y, en la última década, la menor asistencia al culto público.

Por otro lado, paradójicamente, se ha incrementado el binomio del clericalismo y el correspondiente infantilismo religioso de amplios sectores de la sociedad. ¡Y eso nos ha pasado a los herederos de los cristeros! ¡De aquellos que valoraban su libertad religiosa y estuvieron dispuestos a defenderla y a arriesgar su vida por ella!

Esta última semana se difundió en algunos medios católicos un trozo de un discurso de Anacleto Gonzalez Flores. Un discurso tan actual que podría haberse pronunciado en nuestros días. Un párrafo destaca: “Hasta ahora casi todos los católicos no hemos hecho otra cosa que pedirle a Dios que Él haga, que Él obre, que Él realice, que haga algo o todo por la suerte de la Iglesia en nuestra Patria.”

En parte no estoy de acuerdo con Anacleto. Orar es hacer mucho. Y, estoy seguro, no hemos rogado lo suficiente por México. En lo que sí concuerdo es en que no basta con rezar; que también es necesario actuar. Rezar porque Dios actúe sin nuestra participación, no es suficiente. Nuestra oración debería ser una pidiendo que descubramos los carismas que podemos ofrecer a la Sociedad y a la Iglesia, que los aceptemos y los cultivemos, así como pedirle que se den las condiciones para que puedan fructificar y florecer.

Una oración para que reconozcamos que es mucho lo que podemos hacer entre todos y que tengamos el atrevimiento de creer en los carismas que Dios nos ha concedido y que pueden apoyar mucho a nuestra sociedad.

Por otro lado, sería importante conocer mejor a nuestros santos y beatos mexicanos y, en algunos casos como el de Anacleto, conocer sus escritos y su actuación. Nos han sido puestos como ejemplos para la Iglesia Mexicana y, en algunos casos, como ejemplos de seglares. Conocerlos y aplicar sus enseñanzas sería el mejor homenaje que les podríamos rendir.

*Consultor

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