Por Raúl Espinoza Aguilera
Hace unos días asistí a una reunión organizada por la institución “A favor de lo mejor” con la finalidad de generar un movimiento que emplee la comunicación para inspirar al país y cambiar el ánimo, así como la percepción de México y los mexicanos.
Se trata de crear «una nueva narrativa» para ayudar a transformar a nuestro país. A este movimiento se le ha denominado: «Por ti, México. Contemos buenas historias» (ver www.portimexico.mx).
Cuando su director nacional, el licenciado Francisco Javier González Garza, exponía este interesante proyecto a un nutrido auditorio compuesto por empresarios, comunicadores, catedráticos, intelectuales, rectores de universidades y personas que ejercen un liderazgo en la sociedad, me vinieron a la memoria dos imborrables recuerdos cuando estuve, por muchos años, dando clases en una labor social y asistencial, como profesor de la escuela «Educar, A. C.», con más de mil 600 alumnos, ubicada en el municipio de Ixtapaluca, Estado de México.
El primero, relacionado con la aguda crisis económica de diciembre de 1994 en adelante, en que muchas personas perdieron sus empleos, me impresionó mucho cómo cuando un padre de familia era despedido sorpresivamente de su trabajo por recorte de personal, sus padres y hermanos le brindaban todo el apoyo necesario para que no afectara a la manutención de su familia ni a los estudios escolares de sus hijos.
Cada numerosa familia se hacía solidaria con ese trabajador desempleado. Eso sí, le solicitaban que pusiera todos los medios a su alcance para conseguir un trabajo cuanto antes. Pero podían pasar 4 ó 6 meses y la familia continuaba apoyándolo. Y otro aspecto importante: nunca me percaté que «le pasaran la cuenta», sino que era una auténtica generosidad, caridad y espíritu fraterno.
Otro recuerdo admirable: a lo largo del año, los habitantes de San Francisco Acuautla -poblado en los alrededores de Ixtapaluca, donde está ubicado el colegio- acostumbraban ahorrar dinero. De tal manera que, los días previos al 12 de diciembre en que miles y miles de peregrinos pasan por esos rumbos a pie o en bicicleta y acuden con fervor a visitar el Santuario de la Virgen de Guadalupe procedentes de distintos puntos de Puebla, Tlaxcala, Veracruz… los padres de familia de Acuautla ponen mesas en las banquetas con todo tipo de alimentos y bebidas: tamales, tortas, sopes, tacos, pan dulce, atole, café, botellas de agua, etc., e, incluso, asisten a los que vienen con llagas en los pies, alguna cortadura, dolor de cabeza, con resfriado o algún malestar estomacal.
¿Y cuánto les cobraban? Absolutamente nada. Todo ello consistía en un colectivo acto solidario de auxilio fraterno a los peregrinos. Y, además, practicado con toda naturalidad, sin hacer alarde de ello.
Me parece que todos estamos en condiciones de contar buenas historias a través de los diversos medios de comunicación para destacar las enormes virtudes y valores de México y los mexicanos, y así, generar «una nueva narrativa» de nuestra sociedad; de ese México que todos queremos y soñamos.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 9 de diciembre de 2018 No.1222