Por P. Fernando Pascual

Nos sorprenden tantos cambios: en el clima, en los comportamientos, en las ideas, en la historia humana.

Cambian los precios, cambian los colores, cambia la salud, cambian las promesas de los políticos (a veces con una rapidez realmente asombrosa…).

Nos debería sorprender también la permanencia, el hecho de que haya fenómenos que duran y personas que mantienen su palabra.

Porque no es algo fijo ni seguro que mi amigo vendrá mañana a visitarme, aunque lo haya prometido.

Ni es algo descontado que los trenes seguirán el horario previsto o que unos esposos serán fieles a sus promesas matrimoniales hasta la muerte.

Por eso, en un mundo donde parece que todo cambia y que no existe nada estable, la experiencia nos pone continuamente ante permanencias que merecen ser objeto de atención.

Que una piedra siga donde estaba por años y años, desde luego, parece algo descontando, aunque ni siquiera ella tiene garantías de permanencia si alargamos la mirada más allá del tiempo inmediato.

Pero no es descontado que un hombre o una mujer sigan fielmente promesas buenas, y trabajen un día sí y otro también para ayudar a un familiar enfermo o para traer comida y educación a sus hijos.

La permanencia es, en resumen, uno de los fenómenos más sorprendentes que nos rodean, porque los cambios, en el fondo, aspiran también a conseguirla.

Si, además, alzamos la mirada, descubriremos que existe una permanencia más importante de todo el continuo devenir cósmico: la del amor eterno de Dios que busca y espera el bien de cada uno de sus hijos…

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