Por Sergio Ibarra
La Ética, como ciencia perteneciento a la Filosofía, tiene como objetivo distinguir el bien del mal. Toda doctrina representa una sabiduría para ser enseñada. La cristiana es un término que va más allá de ir a la «doctrina» para hacer la primera Comunión: se trata del conjunto de normas para la promoción de los derechos humanos, para la tutela de la familia, para el desarrollo de instituciones políticas auténticamente democráticas y participativas, para una economía al servicio del hombre, para un nuevo orden internacional que garantice la justicia, la paz y para una actitud responsable hacia la creación (Juan Pablo II).
La responsabilidad de la política está en manos de los líderes de los grupos humanos. Trátese de una empresa, de un ente gubernamental o académico, de un hospital o de una cárcel, la doctrina social cristiana establece reconocer a los seres humanos como personas, término que Jacques Maritain, filósofo católico, explicó como la transición que vive cada quién, desde su nacimiento como individuo, para que, en el ejericicio de su libertad, aprenda a servir al prójimo y entonces convertirse en persona.
Una buena política tiene que propiciar que en los grupos humanos, públicos o privados, se vele por que cada miembro de la sociedad encuentre las condiciones para el encuentro consigo mismo, primero y luego con los demás, con el fin de cumplir su vocación.
¿En qué se traduce esto? En decisiones, acciones y proyectos que, como empresario o como gobernante, generen condiciones para tener acceso a una vida digna, desde donde sea posible que los de arriba, los de abajo y los de en medio, en este mundo urbanizado de hoy, encuentren la forma de ser para los demás.
Son asuntos más serios que estarse luciendo con cancelar aeropuertos que generan una deuda a todos, derogar leyes a su conveniencia o querer imponer sueldos a toda la sociedad. La libertad es un privilegio que Dios nos dio, no el líder en turno.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 30 de diciembre de 2018 No.1225