Por P. Fernando Pascual
Aristóteles veía el mundo humano como un horizonte abierto a numerosas posibilidades.
Cada uno, ante las opciones que encuentra ante sí, decide. Las decisiones libres dejan sus huellas, pero al inicio eran indeterminadas.
En esta perspectiva aristotélica, que se encuentra en otros pensadores, radica la riqueza y el peligro de la existencia humana.
Porque el hecho de que cada uno tenga ante sí diversas opciones, permite escoger aquellas que le llevan al mal y que dañan a otros, o aquellas que fomentan el bien para uno mismo y para los demás.
Algunos tienen miedo ante esa apertura de la voluntad libre. ¿No sería más fácil una existencia en la que otros decidan por nosotros, o en las que unas computadoras amigas nos indiquen las mejores opciones?
Incluso cuando otros nos aconsejan, o cuando un aparato digital nos dice que vayamos por la izquierda y no por la derecha, al final la decisión depende de uno mismo…
Por eso, ante un mundo de posibilidades, necesitamos fomentar esa virtud que resultaba tan importante para Aristóteles: la prudencia.
Porque la prudencia es la que afina nuestra mente para percibir los pros y los contras de cada opción, para evaluar bien las alternativas, para buscar consejo en personas que nos puedan ayudar.
En un mundo lleno de prisas, donde corremos el riesgo de ser arrastrados por lo primero que aparece en la pantalla o por lo que sugiere la moda del momento, necesitamos revalorizar la virtud de la prudencia.
Con su ayuda será mucho más fácil evitar errores que luego lamentamos y que hacen sufrir a otros, y promover modos de vivir ordenados, serenos, justos y, sobre todo, más llenos de cariño y de respeto.