Comenzamos el año 2019 con una decisión de política exterior mexicana muy cuestionable: romper el bloque del Grupo de Lima que representa la oposición latinoamericana a la dictadura despiadada de Nicolás Maduro en Venezuela.

Aducir la libre determinación de los pueblos y la no injerencia en los asuntos internos de los países hermanos es un buen argumento, siempre y cuando lo que se produzca al interior de los pueblos no sea violatorio de los derechos humanos. Y, por más propaganda que se le eche encima, el régimen de Maduro no pasa un elemental examen de respeto a los derechos humanos de los venezolanos.

Cada día salen huyendo del país sudamericano –con lo que tienen encima y una o dos mudas de ropa—cerca de 5,500 venezolanos, muchos de ellos enloquecidos por el hambre. No hay qué comer, no hay servicios de salud, no hay nada para vivir dignamente. Y eso lo han denunciado todos, tirios y troyanos. No es cuestión de ideología, es cuestión elemental de defensa de la vida en un país hermano.

El enviado mexicano al Grupo de Lima –por instrucciones del presidente López Obrador—rompió la cohesión de los países centro y sudamericanos en contra de la validez de las elecciones que entronizarán a Maduro hasta el 2024. Con el argumento de que hay salidas diplomáticas más inteligentes, canceló el liderazgo de nuestro país y lo remitió al tercermundismo echeverrista de los años setenta. De paso dio la razón a comentaristas como Francisco Martín Moreno, en el sentido de que se estaría conformando un eje Caracas-La Habana-Ciudad de México. ¿Nuestro país se alineará a Venezuela y a Cuba? Ni de lejos. El presidente debe saber que, en eso, los mexicanos no vamos a dar un paso atrás.

El Observador de la Actualidad

Publicado en la edición impresa de El Observador del 13 de enero de 2019 No.1227

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