Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.

Samuel, último Juez de los israelitas antes de la monarquía, que frustró Saúl y consolidó David aglutinando la voluntad de los jefes de las doce tribus para limpiar la Palestina de malquerientes del monoteísmo, tuvo por mentor a Elí, Sumo Sacerdote en Siló, cuando no había templo, del Arca de la Alianza, y su antecesor como Juez de los israelitas.

Lo que sabemos de él, por las Escrituras, nos deja una estampa de bondad y misericordia. No así de sus hijos, dos bribones llamados Jofní y Pinjás, que se robaban las limosnas y abusaban de las mujeres devotas.

Pagaron con su vida tal desacato y, de paso, dejaron a los israelitas sin su símbolo sagrado más vivo. A Elí se le puso sobre aviso (2 Sam. 12, 22-36), pero no hizo nada para evitarlo. Tal vez no podía. Sus hijos murieron al tiempo que los filisteos capturaron el Arca (1 Sam 4, 11) y él, que ya era un viejecito, cuando supo la noticia.

El Papa Francisco, curándose en salud, no pierde la ocasión para advertir al clero del mundo que «siempre existe el riesgo de mirar demasiado lo humano y nada lo divino, o demasiado lo divino y nada lo humano». Pero también a llenarlo de arrestos, pues «si no arriesgamos, en la vida no haremos nada».

El segundo doloroso capítulo que ahora abre, luego de ventilarse de la forma más explícita y pública el crimen de la pederastia entre los miembros del clero, es el relativo a la torva manipulación de aquellos que han inducido u obligado a mujeres, como Jofní y Pinjás, a tener cercanía o relaciones sexuales especialmente cercanas a la religión.

La denuncia pública y sostenida de la austriaca Doris Wagner (hoy usa el apellido Reisinger, el de su cónyuge, que fue presbítero), en un libro donde narra la manipulación psicológica, el abuso de poder y las agresiones sexuales padecidas en su juventud, incluyendo el relato de un clérigo que abusó sexualmente de ella en ese tiempo, quita una costra y abre otra llaga, pues su denuncia hizo rodar la cabeza de su coterráneo, el presbítero Hermann Geissler, jefe, nada menos, que de la oficina de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Él niega todo, ella dice que fue uno de los religiosos que la acosó sexualmente.

Entre que sean peras o sean manzanas, el dato duro es que no pueda ya tolerarse una vida doble entre los ministros sagrados, el pueblo fiel y la comunidad universal, y, peor aun, crímenes tan graves como pueden serlo el de mujeres con votos consagrados violadas por clérigos.

Como tema tan duro lo abordó Francisco, Doris Reisinger reconoció su sorpresa por ello, pero añadiendo lo siguiente: ¿Cómo puede el Papa hacer esto público sin decir cómo ha lidiado él personalmente con este fenómeno ni qué va a hacer el Vaticano al respecto? Y se responde a sí misma: «Yo espero que él admita cuán generalizado es el abuso sexual en la Iglesia».

Desde esta perspectiva, Francisco tiene ante sí mantener la ruta que él mismo trazó al inicio de su apostolado y al trocar su nombre de pila, Jorge, por el que ahora lleva, el del poverello de Asís: «Francisco, reconstruye mi iglesia, ¿no ves que amenaza ruina?».

El actual obispo de Roma asume que el único testimonio evangélico que tiene peso, en un mundo sofocado por el materialismo, es la pobreza radical y así procura vivirla.

Publicado en la edición impresa de El Observador del 24 de marzo de 2019 No.1237

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