Por Felipe de Jesús Monroy*
Siempre he considerado que el periodismo católico nos es indispensable más por la identidad de quienes construyen esos medios de comunicación que por la etiqueta de la institución religiosa. La misión del católico de oficio periodista siempre será la de explorar la realidad con la mirada y la sensibilidad del cristiano, con la confianza de que Dios tiene voz en todos los perfiles humanos y fenómenos de la naturaleza. En la comprensión de su identidad católica en la vida contemporánea, el periodista puede ofrecer una mirada apasionada por el hombre, por su cultura y por su trascendencia; y, al mismo tiempo, desapasionarse de los poderes temporales, de las jerarquías efímeras y de las tiranías de lo inmediato.
No pocas veces he retomado el pensamiento de León Bloy sobre la actitud cristiana de inclinarse ante los abismos: «En él [el corazón del abismo] debemos aguardar a ver cuando se agoten las cosas visibles… lo absoluto, la irrefragable morada, es el inmenso abismo que tenemos al lado, a nuestro alrededor, en nosotros mismos. Para descubrirlo es indispensable ser precipitado en él». El católico periodista puede encontrar en estas ideas un perfil trascendente de su responsabilidad al ejercer el complejo servicio de búsqueda, diálogo y transmisión de la verdad.
Sin embargo, no pocas veces he escuchado que el periodismo católico está asido e invariablemente sujeto al servicio a alguna institución católica (diócesis, obispo, ministerio, congregación, movimiento, pontífice, etc). En esos casos, se dice que la fidelidad a la institución y sus márgenes es proporcional a la fidelidad del servicio periodístico; pero no hay algo más equivocado. Traigo a cuento la reflexión —provocadora sin duda— de Tzvetan Todorov («Sólo las naciones muertas han adquirido una identidad inmutable») para insistir que el periodismo católico nos es útil cuando se realiza desde la identidad del cristiano y no desde la identidad institucional. Porque lo primero es insondable; y lo segundo, apenas superficial o transitorio.
La identidad institucional es mutable, evoluciona, porque los intereses de los personajes y grupos que la conforman no coinciden, porque las instituciones humanas siempre estarán sujetas a jerarquías inestables.
El católico de oficio periodista siente ese abismo perforando su corazón permanentemente y sabe que debe arriesgarse a transitarlo con dosis semejantes de duda, asombro y confianza; porque sólo una institución muerta ha cerrado su catálogo de todo lo posible y todo lo imposible.
Por ello, la identidad del católico periodista resplandece al nombrar y actualizar el inmarcesible peregrinar de él mismo y de sus contemporáneos a través de las largas penumbras hacia la eternidad, de testificar la luz con noble duda porque la peregrinación siempre es sobre lo incógnito, de mantener vivo el asombro a cada paso y, sobre todo, compartir la confianza de que nunca nadie camina en la absoluta oscuridad.
* MÉXICO, consejero editorial de EL OBSERVADOR
TEMA DE LA SEMANA: ¿ES NECESARIO EL PERIODISMO CATÓLICO?
Publicado en la edición impresa de El Observador del 26 de mayo de 2019 No.1246