Por P. Fernando Pascual

Uno de los grandes problemas en la vida espiritual consiste en tener grietas que nos llevan a perder energías, a exponernos a la tentación, a apartarnos poco a poco del buen camino.

Es una experiencia común de miles de personas. Un joven ha tenido una buena formación católica en la familia, en la parroquia, en la escuela. Un día la curiosidad y los amigos le llevan a entrar en páginas de Internet que le arrastran hacia el pecado.

Un adulto tiene una hermosa familia, está contento con su vida matrimonial y su trabajo. Inicia a tratar con otra persona y, poco a poco, crece un afecto que domina el corazón y acerca, peligrosamente, al precipicio del adulterio.

La lista de situaciones es muy larga, porque existen muchos peligros, porque el demonio tienta continuamente, porque vivimos en un mundo que no solo promueve, sino que alaba a los que están en el vicio (cf. Rm 1,24-32).

Por eso resulta urgente levantar un dique contra las tentaciones desde un sano realismo. Ese realismo nos ayuda a desconfiar en nosotros mismos y a confiar plenamente en Dios, según los consejos de tantos autores (por ejemplo, el P. Lorenzo Scupoli en su famoso libro «El combate espiritual»).

Para ello, hay que preguntarnos, ante Dios, qué es lo que realmente amamos, cuál es el deseo más íntimo de nuestros corazones. A veces decimos que somos cristianos, pero en el fondo hemos de reconocer que buscamos y amamos la gloria, el poder, el dinero, el placer, y tantos otros engaños.

Si vemos que el alma está herida por deseos equivocados, necesitamos suplicar a Dios que nos limpie y purifique, que nos quite «el corazón de piedra» y nos dé «un corazón de carne» (Ez 11,19), un corazón purificado y fortalecido (cf. Sal 51,12).

En esa tarea son de enorme ayuda un serio examen de conciencia y una buena confesión. Porque así no solo vemos esas zonas oscuras de nuestras almas, sino que las presentamos a Dios y a la Iglesia para recibir el gran don de la misericordia.

Después, hay que tomar resoluciones concretas para cerrar grietas, para cortar con ocasiones de pecado, como pueden ser libros, páginas de Internet, programas televisivos, malas compañías, y otros lugares donde se hace más fácil caer en el vicio.

A veces cuesta mucho, sobre todo cuando hay malos hábitos y nos resulta tan fácil volver a la vida de antes. Pero la experiencia de ser amados por Dios y la acogida de los buenos hermanos ayudan a romper con todo aquello que nos pueda llevar al pecado.

No basta, desde luego, con las decisiones para romper con el mal, sino que lo más importante consiste en correr hacia el bien, el amor, la justicia, la misericordia.

El mundo cristiano es maravilloso, porque nos permite descubrir a quien es el amor de nuestras almas (cf. Ct 3,1-4). Entonces le dejaremos transformar nuestras vidas, y empezaremos a vivir como hijos del Padre y hermanos de los redimidos.

Ser miembros de la Iglesia nos anima a vivir de modo radical y generoso. Lo que recibimos es inmensamente más grande y bello de lo que podamos dejar. Las renuncias a Satanás y al mundo que se renuevan cada año en la Vigilia Pascual son una renovación de lo más positivo y bello de nuestras vidas: la fe, el amor y la esperanza.

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