Por Antonio Maza Pereda

¿Cuándo se nos volvió esta sociedad un mundo de enemigos?

¿Fue durante el siglo de caudillos, o en el siglo de la revolución institucionalizada, el de la dictadura perfecta? ¿O en este siglo que no acaba de convertirse en el siglo de la democracia? ¿Es que siempre habíamos sido así, pero al no tener las redes sociales super veloces y con un alcance impresionante, no nos habíamos dado cuenta de lo violentos que somos?

Tal vez siempre fuimos así. Solo que no teníamos tanta información como ahora. Algunos suponen que en la Revolución murieron entre uno y dos millones de personas. Es como si en proporción estuvieran muriendo entre 8 y 17 millones en la población actual, en una década.

Tal vez por ello se escribieron obras como México Bárbaro y otro libro menos conocido: México, tierra de volcanes. Y solo Dios sabe cuántos muertos tuvimos en las múltiples guerras e intervenciones del siglo XIX.

La violencia verbal se ha vuelto mucho más pública y difundida. Al no haber control de la comunicación, la violencia verbal genera más violencia verbal. Y la violencia virtual se vuelve, indefectiblemente, violencia física. Ciertamente, la semilla de esa violencia es el odio. Un odio que no se reconoce, pero que crece y que mueve a la acción.

Hay políticos que han hecho del odio un arma para su retórica. No lo reconocen ni lo reconocerán. Pero en su discurso siempre está el odio. Desde la «lucha de clases» y el «enemigo de clase» de los marxistas y sus sucesores hasta formas más sutiles en la discriminación racial, de género, religiosa o política. Que no es un tema exclusivamente de ideologías.

El origen no es claro. ¿Será acaso la ignorancia? ¿Será que muchos, al no tener argumentos con qué defender sus ideas, recurren al insulto? ¿Será la pérdida de los valores de una sociedad que se preciaba de ser muy católica y que lo es cada vez en menor escala? ¿Será el fruto de una envidia social o de una gran desesperanza? No lo sabemos. Y, posiblemente, no es eso lo que más importa.

Nuestro gran problema es que no tenemos una solución clara. La «República amorosa» no nos ha resultado tan amorosa. ¿Necesitaremos un Gandhi mexicano que nos convenza de la no violencia y que, ayunando hasta la muerte, nos haga desistir de la misma?

O tendremos que recurrir a una solución de casi 2000 años de antigüedad: «Amen a sus enemigos y pidan por los que los odian». Una solución difícil, tan difícil que, como dijo Chesterton, ni siquiera se ha intentado.

Una solución callada, que no genera estadísticas y que no aparecerá en los periódicos ni tendrá likes en las redes sociales. Una acción callada y modesta. ¿No habrá llegado la hora de intentarla?

TEMA DE LA SEMANA: LOS SUEÑOS DE UN GIGANTE

Publicado en la edición impresa de El Observador del 19 de mayo de 2019 No.1245

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