Por Arturo Zárate Ruiz

En gran medida, el Concilio Vaticano II fue pastoral.  Su principal meta fue impulsar mejores maneras de comunicar y vivir el Evangelio según lo demanda la actualidad. El Papa Francisco nos lo repite: para predicar la Buena Nueva hay que estar atentos a los signos de los tiempos. Pero no hay que confundirse: la tarea no es de ningún modo cambiar el Evangelio por las modas intelectuales de una época, o lo que se llama en alemán Zeigeist.

Por supuesto, la Iglesia anuncia a Jesucristo poniendo atención a los tiempos y a los lugares.  Las Escrituras, en arameo y en griego, se tradujeron, según se requirió, al latín, al eslavo y a muchas otras lenguas, aun la de los medios electrónicos y la Red.  Lo hizo el venerable Fulton Sheen a mediados del siglo XX en la televisión, y hace unos años san Carlo Acutis con su exposición en línea de los milagros eucarísticos en el mundo.  La Iglesia no es ciega a los gustos, tan así que la historia de la arquitectura y otras artes está fechada según los estilos de nuestros templos. Como León XIII, en el siglo XIX, los papas ponen atención a las “nuevas realidades”. Abordó la creciente industrialización en el mundo, la cual generó conflictos entre obreros y capitalistas.  En el siglo XVI nuestros pastores en México denunciaron la esclavitud tras la Conquista.  Hoy atienden problemas como la creciente incursión de las mujeres en los centros laborales y la movilización masiva en migraciones internacionales.  Los clérigos estudiosos promueven la investigación científica, como lo hizo en el siglo XIII santo Tomás de Aquino al recoger en sus sumas la mejor herencia de Aristóteles, como Gregorio Mendel al explicar las leyes de la herencia, y como el sacerdote Georges Lemaître al proponer por primera vez lo que ahora llamamos teoría del Big Bang.

Pero, no olvidemos lo que dice san Pablo: «Estad sobre aviso, que ninguno os engañe con filosofías y vanos sofismas, según la tradición de los hombres, según los elementos del mundo, y no según Cristo (Colosenses, 2, 8)».  El “progresista” León XIII lo recuerda en su encíclica Inscrutabili Dei consilio, donde denuncia los esfuerzos por subordinar a la Iglesia y su doctrina a los caprichos de la autoridad civil, y denuncia la exclusión total de Dios y su proyecto para el hombre en el ámbito político, educativo, de adquisición del conocimiento, del orden moral y legal, entre otros.

Hay que cuidarnos de modas perversas. En los primeros siglos, los cristianos podían evitar el martirio si aceptaban que su culto a Jesús era equivalente al de los emperadores romanos a sus ídolos. Prefirieron ser comida de leones. En el siglo III, Arrio propagó el error de que Dios no podía ser uno y trino, pues le parecía “ilógico”.  Entonces, sólo los Papas, algunos pocos obispos y el pueblo llano preservaron en la fe.  Los errores de Aristóteles, que los tuvo, se pusieron en boga en el Renacimiento y se reintrodujo la esclavitud en las naciones cristianas.  Fueron los Papas Pío II y Sixto V quienes en 1462 y 1476 tronaron contra los esclavistas y aun los excomulgaron, antes de que los españoles llegaran a América. Prácticamente hoy no hay país “civilizado” que no promueva el aborto y la eutanasia.  Sólo la Iglesia es la “terca” institución mundial que conserva la cordura y se opone a ellos, y es la que defiende la obviedad de que nacemos hombre o mujer, aunque sea “abominable” apenas pensarlo para la gente de “avanzada”. Así, tras la “revolución sexual”, muchos “ilustrados” te creerán el cuento de que el 6º Mandamiento es obsoleto, no los curas buenos y sencillos.

En fin, el primer concilio, el de Jerusalén, nos puede ilustrar qué es leer bien los signos de los tiempos y qué esclavizarse a las modas.  Reunidos los apóstoles instruyeron que se podía comer cualquier platillo, salvo el ofrecido a falsos dioses.  ¡Bravo por entusiasmarnos hoy por todo lo bueno!, como lo ha sido la investigación científica del venerable Jérôme Lejeune, quien explicó el síndrome de Down.  Con todo, evitemos lo satánico, como, imitando al nazi Dr. Mengele, busquemos pretextos para exterminar esos niños. Es moda ahora hacerlo en Islandia y muchos países europeos.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 23 de abril de 2023 No. 1450

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