Por Sergio Ibarra
Las experiencias de quienes han viajado al extranjero seguramente han acumulado un montonal de sensaciones de cómo las poblaciones de aquí o de allá siguen las reglas más elementales de convivencia y de cuidado de bienes comunes, esos bienes que son las calles, banquetas, jardines del vecino, el terreno baldío, las bancas, las paradas del camión o paredes de los baños públicos o las estaciones del metro.
Se topa uno con que si la gente ponga o no la basura en su lugar, busque el depósito próximo, no aviente una colilla o una bolsa o un vaso de plástico a la calle. Cuando un policía da una indicación, sin reparo obedecer y sin incivilizados que se atrevan a tomar por cuenta propia la quinta avenida en New York o Michigan Av. en Chicago o los Campos Elíseos en París y menos una autopista, casetas o la Cámara de Senadores o de Diputados o un aeropuerto, o cómo no circular por la derecha, dar el paso a los mayores o al peatón, respetar los límites de velocidad, subir al camión en la parada y no donde se me ocurra o cruzar la calle donde me parezca y de los motociclistas ni hablamos, así como llegar a tiempo a toda junta, cita o a clase a la hora que debe uno llegar.
Dirigirse a los padres, las autoridades y a los mayores en el tono y con las palabras que se merecen. Las nuevas generaciones se enfrentan al reto de una batalla llena de contradicciones de lingüística, sintaxis y gramática, agravado por el uso indiscriminado de smartphones y aplicaciones para descalificar, agredir o burlarnos de quién sabe quién.
Queremos una Patria de deveras, tenemos que entrarle en serio del cuarto al décimo mandamiento 24/7, que cada quien se haga cargo de que sus actos hacia el prójimo sean hechos o sentimientos, de cada una de sus decisiones.
Haciendo honor a esta propuesta, sociedad respetuosa en lo que sí somos, celebramos a la Madres mexicanas, ejemplo genuino e inigualable del respeto y, claro, del amor en su más pura expresión.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 5 de mayo de 2019 No.1243