Por P. Fernando Pascual
Cada decisión configura algo en uno mismo y en los demás. Deja una huella, tal vez poco visible, pero no por ello menos importante, en la biografía. Prepara los siguientes pasos, lo que será el futuro inmediato y lejano.
Cerrar con cuidado una puerta o dar un portazo. Lavarse las manos antes de comer o dejar ese «detalle» a un lado. Responder el mensaje de un familiar lejano o abandonarlo al olvido.
Esas y tantas otras decisiones marcan nuestro camino. No siempre de un modo claro, porque muchas decisiones parecen irrelevantes. Pero siempre dejan algo en nuestro corazón.
Hay decisiones que tomamos con prisa, casi sin reflexionar. Poner más o menos pasta de dientes en el cepillo no requiere una evaluación previa. Otras decisiones nos exigen tiempo y tiempo para sopesar a fondo los pros y los contras.
Luego, la vida sigue su curso. Una decisión lleva a herir a un amigo que empieza a alejarse de nosotros. Otra decisión arregla un problema en el trabajo y todos agradecemos la mejora en el ambiente.
Es cierto que nadie puede borrar el propio pasado. Cada decisión queda como una losa inalterable que, en ocasiones, recordamos con alegría, y en otras ocasiones lamentamos con pena.
Pero también es cierto que al mirar el propio camino en su conjunto podemos aprender a evitar malos pasos y a promover aquello que nos permita acercarnos al bien, a la belleza, a la justicia.
Hoy, como ayer, tenemos que caminar desde decisiones. Pedimos ayuda a Dios para apartarnos de malas opciones, para alejar de la mente y del corazón aquello que daña a uno mismo y a los demás.
Pedimos también luz para descubrir el bien concreto que ahora está a nuestro alcance. La fuerza que viene desde la cercanía de Dios y el apoyo de tantas personas buenas nos permitirán orientar mejor nuestros pasos y avanzar un poco hacia la verdad y el amor.