Es una pregunta que poco nos hacen y que poco nos hacemos. Preguntamos por la relación con las amigas, con los compañeros de trabajo, con el novio o la novia o con los padres, pero poco nos acordamos de la relación con Dios.
Aquí una propuestas para que te des una idea en qué expresión te puedes encontrar; es decir, si es increíble, si está solo bien, si eres de lo que prefiere no hablar ella o de lo que necesita muchas mejoras.
a) Increíble
Escuchas sus enseñanzas y las practicas. Vas contra corriente, no hay en ti una pobreza de espíritu. Soportas los defectos de los demás; sabes llorar, actúas y te preocupas por las injusticias; practicas la misericordia. Son actos que se vislumbran complicados, pero recuerda que los santos los lograron e, igual que tú, sus defectos y tropiezos eran muchos.
«En las intenciones del corazón se originan los deseos y las decisiones más profundas que realmente nos mueven».
Papa Francisco.
b) Bien, aunque podría estar mejor
Sabes que has hecho mucho por conservar y mantener una buena relación con Dios, pero a veces los pretextos te hacen fallar. La oración en este caso es el mejor camino porque ayuda a reparar los ánimos para no desfallecer en las buenas intenciones. Dios te invita a hacer lo que puedas y a pedir lo que no puedas: «Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras» (San Agustín)”.
c) Sin comentarios
No hay relación. Prefieres no hablar del tema porque sabes que tu testimonio no es del todo un ejemplo. Tal vez eres de los que piensa que mientras no le hagas un mal a nadie todo está bien a tu alrededor. Prefieres mantenerte al margen de todo y esa es tu contribución a la «paz». Ya lo señala el Papa Francisco en la exhortación apostólica Gaudete et Exsultate: «No es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio».
d) Bien (aunque en realidad no tan bien)
Es decir, cumples con algunos de los propósitos pero fallas en otros. Tal vez solo vas a misa, pero no te confiesas pudiendo hacerlo; o te preocupas por los problemas sociales, pero no haces nada al respecto; sabes rezar pero no rezas por nadie. Sabes que puedes encontrar a Dios en el Santísimo, pero no asistes o asistes poco. Todo esto es enemigo de la santidad. El Papa advierte de dos sutiles enemigos de la santidad: el agnosticismo (una mente sin Dios y sin carne) y el pelagianismo actual (una voluntad sin humildad). Sobre el agnosticismo, el uso del Dios spray, advierte que se trata de una «superficialidad vanidosa: mucho movimiento en la superficie de la mente, pero no se mueve ni se conmueve la profundidad del pensamiento».
Redacción
Publicado en la edición impresa de El Observador del 14 de junio de 2019 No.1253