Por Josefa Romo (España)
Un sentimiento de pudor elemental lleva a la reserva de lo más íntimo, aunque, a juzgar por las confesiones de «escandalo» en televisión y redes sociales, parece que bastantes lo hayan perdido. Evoco la confesión sacramental, tan distinto: en ella se recupera la gracia de Dios perdida por el pecado, y llena de paz a los que se confiesan con humildad, arrepentimiento y propósito de enmienda. Y no sólo eso: en la confesión sacramental se operan verdaderos milagros, como afirma el Padre Manjackal, sacerdote carismático con don de sanación. El Papa Francisco se confiesa con frecuencia, y se pone a confesar en los confesonarios de las parroquias del extrarradio de Roma que visita de vez en cuando.
Estas palabras son suyas: «Es necesario confesar con humildad los propios pecados ante el sacerdote, que es nuestro hermano y representa a Dios y a la Iglesia. El sacramento de la Reconciliación es un don del Espíritu Santo que nos purifica» y, mediante el cual, «recibimos el abrazo de la infinita misericordia del Padre».
Ante el deseo de políticos de algunas naciones de que la Iglesia no respete el secreto de la Confesión, la Santa Sede ha publicado un nuevo Documento, que salió a la luz el 1 de julio. Subraya que el secreto de Confesión está en «la esencia misma del cristianismo y de la Iglesia»; que su «inviolabilidad proviene directamente del derecho divino revelado y enraizado en la naturaleza misma del sacramento, hasta el punto de no admitir excepción», y defiende «el secreto sacramental por parte del confesor, si fuese necesario hasta derramar la sangre», de lo que «existen testimonios admirables».
Es conocido el caso del sacerdote que, en la China comunista de Mao, se cortó la lengua con cuchilla de afeitar, el padre Emaldi, para que no pudieran arrancarle el secreto de Confesión. Ya en Europa, escribió el libro «Yo me corté la lengua».
Publicado en la edición impresa de El Observador del 14 de junio de 2019 No.1253