Por Sergio Ibarra
Las actividades diarias ponen a prueba uno de los elementos más delicados de la filosofía social cristiana: ¿Contra quién se compite? Las organizaciones públicas y privadas, las ONG´s y hasta los partidos políticos se cuestionan este asunto. Inevitablemente se compara lo que hace el «otro» con lo que hace «uno». Por ejemplo, ver a qué precio vende la tienda de enfrente y de ahí ajustar descuentos o márgenes de utilidad o ser un buen copiador o seguidor tecnológico. De hecho hay toda una práctica ejecutiva de salir en búsqueda de las mejores prácticas: el benchmarking. Que consiste en hacer un análisis sistemático de lo que están haciendo otros.
Hay quien habilita metodologías para estar monitoreando lo que hace o deja de hacer la competencia en cuanto a nuevos productos, promociones, publicidad, canales de distribución, logística, etc. Y de ahí decidir qué hacer o no hacer. Pero con un objetivo: ganar «market share» o participación de mercado, usualmente a costillas de alguien y, por tanto, se diseñan y ejecutan estrategias para tronar a la competencia. Esas son las nuevas guerras que libramos entre empresas, ciudades, estados y naciones. Si bien no es con la violencia de otros tiempos, sí se violentan muchos asuntos con tal de ganar y tener una mayor riqueza.
Desde la perspectiva de la filosofía social cristiana, una decisión debería centrarse en la contribución al conjunto de condiciones que permiten la realización en lo físico, en lo emocional, en lo económico y en lo espiritual. El dilema es: ¿Ganamos porque le pasamos por encima a la competencia o porque nos concentramos en proporcionar a la sociedad lo mejor de nosotros y con ello, si lo hacemos de manera correcta, algún valor agregado a todos aquellos con quienes tratamos?
La cuestión es hacer buena esta sentencia: dar lo mejor de nosotros cuando servimos al prójimo. Significa hacer las cosas hasta el límite de nuestras capacidades. Justamente es ahí, cuando llevamos y hacemos proyectos que nos retan, cuando crecemos, cuando ponemos a prueba la frontera de nuestra imaginación y de ejecución. Y es cuando aprendemos nuevas cosas también. La pregunta no debiese ser cómo hacerlo diferente al otro o mejor que el otro: la pregunta debiese ser cómo contribuyo al bienestar construyendo un legado digno y duradero.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 4 de agosto de 2019 No.1256