Por P. Fernando Pascual
En cada oración se produce una síntesis entre la acción de Dios y la acción del hombre. Por eso resulta clave entender lo que corresponde a cada uno, para emprender el camino de la oración de modo fecundo.
Hacia el final de una obra anónima del siglo XIX, «El peregrino ruso», se explica cómo la cantidad de la oración depende de cada uno, mientras que la calidad (lo más importante) depende de Dios.
Dios desea que el hombre se esfuerce en la oración, ponga lo mejor de sí mismo, empiece con decisión cada acto que nos abre al encuentro con Su Amor.
Santa Teresa de Jesús usa continuamente palabras que describen el esfuerzo de la oración. En concreto, en el castellano de su tiempo, alude a la determinación, es decir, al propósito.
Incluso en un escrito emplea una expresión muy suya, reduplicativa: hace falta, para orar, una «determinada determinación». Es como si dijese que necesitamos una voluntariosa voluntad, o una decidida decisión, o un esforzado esfuerzo, o un propósito propositivo…
«Ahora, tornando a los que quieren ir por él y no parar hasta el fin, que es llegar a beber de esta agua de vida, cómo han de comenzar, digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allí, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo…» (Santa Teresa, «Camino de perfección», 21,2).
En otros muchos lugares, santa Teresa insiste en ese determinarse, en ese proponer y trabajar con firmeza y esperanza en el camino que lleva al cielo, al encuentro con el Esposo, a la intimidad con el Dios que nos ama.
El «Catecismo de la Iglesia Católica» recoge este tema en la parte IV, sección primera, capítulo 3, artículo 2, con el título «El combate de la oración». Allí se presentan las dificultades de quien busca orar y la necesidad de un trabajo continuo y sereno para superarlas.
La calidad de la oración depende, si volvemos la mirada a «El peregrino ruso», fundamentalmente de Dios, el único que puede regalar al alma las delicias del encuentro con Él. Pero el don de Dios, como recuerda santa Teresa de Jesús, se da a «ánimas determinadas» o animosas (cf. «Camino de perfección», 21,4; «Vida» 13,2).
Por eso, cuando el alma trabaja firmemente, animosamente, determinadamente, Dios la socorre y la lleva al triunfo de la oración, al regalo del encuentro con Él.
«Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad, aunque no esté tan dispuesta como es menester, y cómo, si en ella persevera, por pecados y tentaciones y caídas de mil maneras que ponga el demonio, en fin tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación, como, a lo que ahora parece, me ha sacado a mí» («Vida» 8,4).
Vale la pena, pues, ese esfuerzo, acompañado de humildad y confianza. Dios no abandona a sus hijos, sobre todo si ve que luchan y llaman, que buscan y piden, el don de encontrarse con Él y vivir plenamente en Su Amor.