Por Alejandra Hoyos
“Mamá, voy a comer con mi tía y tú te vas a tu palacio de escobas»… Se me quedó grabada esta frase llena de ingenio, que Elisa –mi hija- me dijo hace unos meses.
Ya fuera porque me la paso barriendo o tiene la sospecha de que su mamá es una bruja; todavía, hoy al recordarla me hace reír.
La alegría aparece cuando hay un acontecimiento que nos produce bienestar: estar con los amigos, celebrar un cumpleaños, aprobar un examen, los placeres cotidianos como comer, beber, escuchar un chiste, hacer algo que nos apasiona. Es una emoción sencilla y sin complicación, explican Bisquerra y Punset. Lo interesante es que nosotros podemos crear y permitirnos vivir experiencias que nos conecten con la alegría.
Para escribir este artículo me vine a un parque. Estar en la naturaleza me ayuda a conectar con el goce, el disfrute y el placer. Por una extraña razón cuando veo volar un pájaro o una enredadera trepar por algún muro o un árbol me pongo de buen humor. El humor y la risa tienen múltiples beneficios tanto físicos, emocionales y mentales. Promueven la creatividad, el sentido de colaboración, son un antídoto para el estrés y promueven la resiliencia.
- Mamá ¿qué pasa con la voz fuerte?
- No sé, ¿qué pasa?
- Nos hacemos gordos -me dice Elisa-, pero no le contesto y agrega: ríete, mamá, es gracioso.
Desde hace un año se me ocurrió escribir en una libreta las frases o preguntas chistosas que me dice Elisa. Hoy, volviendo a leerlas, recordé algunos de esos momentos, y me sentí contenta. Es indispensable poner atención a los momentos, las relaciones o las actividades que nos producen alegría para grabarlas en el cerebro. Elsa Punset explica que la amígdala utiliza, más o menos, las dos terceras partes de sus neuronas para detectar experiencias negativas y cuando las encuentra las almacena en la memoria a largo plazo. Nos cuesta olvidar lo negativo. Para almacenar las experiencias positivas tenemos que hacerlo durante más de doce segundos. Para contrarrestar eso se necesita poner atención en esas experiencias que nos producen alegría.
Los niños ríen 300 veces en un día, mientras que los adultos alrededor de 17 veces. Justo eso, Elisa me ha recordado que a cualquier edad uno puede jugar, reír, hacer cosas absurdas y ridículas. No tomarse la vida tan en serio. Entre las preocupaciones, actividades diarias y ahora que enfrento una crisis personal, a veces no busco conectar con la alegría, cuando puedo hacerlo.
Ahí entra la responsabilidad en encontrarle placer y gozo a lo cotidiano. Todos podemos, de una u otra manera, conectar con la risa, aprender a tomarnos la vida de manera más ligera, ver el lado ridículo, aligerar las cosas graves y ver gravemente las cosas ligeras. Una de las clases que tuve en la maestría, me la dio Abraham Arzate un clown (payaso) profesional. Quedé impresionada, de la manera en que creó un ambiente lleno de humor, picardía y juego. La risa me fluía y al mismo tiempo me llenaba de energía y eso, que parecía sólo diversión, me hacía estar presente, conectada con lo que sucedía, atenta.
Ahora que he empezado a contar cuentos con los niños, lo que más disfruto es cuando veo una sonrisa o escucho que ríen; y entre más me divierto con la historia que estoy narrando más los contagio con esa emoción.
Te invito a qué pongas en práctica tres estrategias para promover la alegría y la risa en tu hogar:
- Busca un momento en el día para jugar, bailar, hacer algo que te produzca gozo y placer con tu hijo. Pon atención a qué sientes en tu cuerpo cuando lo haces.
- Una vez a la semana puedes crear un espacio dedicado a contar chistes o hacer cosas chistosas con tus hijos.
- Escribe las anécdotas, frases o preguntas ingeniosas y divertidas de tus hijos. En un día especialmente complicado y tenso, puedes dedicar un tiempo a leerlas con tus hijos.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 29 de septiembre de 2019 No.1264