Las formulas de la vida moderna nos bombardean con mensajes estimulantes sobre la vida perfecta, la felicidad perpetua, el éxito pronto, la algarabía de los objetos de marca, la excentricidad del mundo y los viajes; una vida «chic», donde el hedonismo reina sin cuestionamientos y se impone la insistencia al placer y la renuncia al dolor. La vida misma se ha vuelto cuantificable en hechos de felicidad y poco cualitativa en hechos de profundidad reflexiva. En esta edición te presentamos tres malos hábitos de la modernidad que reducen al ser humano a una vida tendenciosa, de modas, de principios superficiales y cuyo impacto a largo plazo no tiene sostén en la individualidad que la vive.

Por Mary Velázquez Dorantes

LA CONSAGRACIÓN DEL UTILITARISMO

Parece que el siglo XXI le exige a los hombres vivir como si lo útil fuera el principio de la felicidad. Pueden ser objetos o personas, es una relación con los logros individuales usando todos los medios posibles para alcanzar los objetivos únicos. Nunca en la historia de la humanidad se había consagrado tanto la felicidad, donde el placer intelectual es superior a otras instancias de placer.

Mientras que del otro lado de la moneda también existen seres humanos insatisfechos que padecen la doctrina utilitaria porque la felicidad dicha por este modo les queda muy lejana.

El utilitarismo se ha incorporado como un hábito de vida, donde la ausencia del sufrimiento es la mayor meta que se desea. Se busca alcanzar los niveles más altos de felicidad y para los utilitarios el dolor no se concibe en ninguna de sus formas. Tal hábito se expande por todas las situaciones, alcanza placer en los negocios, en el desarrollo humano, en la vida cotidiana, en las relaciones amorosas. Es una forma experimental que lleva al hombre a sus límites, mientras que los éxitos y logros se cuantifican, las sensaciones se miden, la satisfacción se colecciona. ¿Qué existe detrás de ello? Una vida egotista, una carencia espiritual, una falta de vida plena, con luces y con sombras. Las personas se vuelven utilitarias cuando promueven la felicidad sin sumar los costes para alcanzarla, cuando se buscan las «fortunas de la vida» y cuando se considera que el mundo es imperfecto si no existe placer.

ESCLAVOS DE LA RUTINA

La vida se ha vuelto esclava del exceso de confianza. Las nuevas generaciones se relacionan a partir de una forma de vida en la que ya existen, sin valoración de los recursos o las situaciones propias. La rutina se disfraza de disciplina o de tenacidad, así como los mayores casos de depresión, estos provienen de una vida sin aliento, voluntad, coraje y sí llena de rutinas que opacan las alegrías del ser humano.

Existen agendas, aplicaciones que organizan la vida diaria, asistencias personales, o simplemente tareas iguales a las de hace 20 años.La vida se ha vuelto automática, el tiempo tiene un costo monetario, la planeación se ha vuelto una necesidad. Mientras que todos estos entornos vuelven pesada la existencia, se producen agobios personales y se desencadena insatisfacción perenne.

Para muchos, la vida se ha vuelto una «desventura», no le damos espacio a los eventos memorables, los instantes mágicos pasan de largo, los días se atrapan en una organización y sucesión de tareas. Los expertos en psicología observan que la aventura de la vida pasa como desventura, siendo los eventos emocionales una carga negativa y no una situación que emocione. Las personas nos volvemos espectadores de la vida y no actores de la experiencia humana.

ACUMULADORES DE TODO

En la última década se ha comprobado que las personas se han vuelto acumuladores materiales, pero también emocionales. El individuo se ha volcado sobre los objetos pero también sobre las experiencias. Se vive un tiempo sobreestimulado donde los hábitos principales son «obtener, obtener, obtener».

En la masificación de las cosas, de las sensaciones, de las personas, la dificultad más grave es el desprendimiento. El hábito de la acumulación desordena el interior y el exterior del hombre. Es el fondo para experimentar un vacío emocional vinculado con los objetos y en algunas ocasiones con
las personas.

En dichos tiempos los objetos tienen un valor inmaculado para los hombres, mientras que la falta de autointeligencia oprime, provocando incluso patologías.

Las «modernas» formas de vida desalojan una vida rica en contacto humano, riqueza espiritual, desahogo emocional, para darle paso a la acumulación de las marcas y los delirios del deseo. Se acumula porque se vive con tristeza, depresión y aburrimiento, mientras que todo se vuelve una pulsión incontrolable, sin abstinencia, porque esto produce dolor y nadie quiere enfrentarse al dolor mismo. Este hábito no solo habla de la psicología de las personas, sino de la misma psicología de la sociedad.

Publicado en la edición impresa de El Observador del 6 de octubre de 2019 No.1265

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