Es posible que muchas personas, católicas y no católicas, piensen que Juan Pablo II es santo debido a los grandes hechos políticos de su vida —contribuyó a la caída del comunismo, el cual está condenado por la doctrina de la Iglesia—; a su gran actividad para confirmar a los cristianos en la fe —realizó 104 viajes apostólicos fuera de Italia, visitando un total de 129 países distintos, además de escribir 14 encíclicas, 15 exhortaciones apostólicas, muchas cartas apostólicas y discursos, y de ser el responsable de que se redactara el Catecismo de la Iglesia Católica y que se agregaran los Misterios Luminosos al santo Rosario—; a sus gestos en favor de los jóvenes —instauró las Jornadas Mundiales de la Juventud—; o a sus acciones de carácter ecuménico, ecológicas y de promoción social.

No es así. El Catecismo de la Iglesia Católica, en su número 828, explica que un santo canonizado es aquel que ha «practicado heroicamente las virtudes» y ha vivido «en la fidelidad a la Gracia de Dios». Por tanto, Juan Pablo II es santo porque se encontró con Cristo, porque amaba profundamente a Jesús y fue precisamente de ese amor que brotaba toda la fuerza que le permitió cooperar con Dios para realizar las obras que hizo. Vivió santamente y murió santamente.

Estos detalles muestran la clase de vida que llevó:

  • Cuando era niño y su madre murió, Lolek —diminutivo con el que llamaban a Karol Wojtyla— lloró días enteros. Pero, lejos de enojarse o alejarse de Dios, hizo de este acontecimiento un motivo para reafirmar su fe; así que todas las mañanas llegaba al templo de Santa María para servir de monaguillo en la Misa de las siete, y de ahí se iba a la escuela.
  • De nuevo sufrió mucho con la muerte de su hermano. Pero él siguió creciendo en su trato con Dios, e hizo deportes y se dedicó intensamente a los estudios, llegando a ser el más sobresaliente de su ciudad natal, Wadowice. Además, a los 13 años, hizo su primera publicación: una crónica de una página entera en el periódico de la diócesis de Cracovia.
  • Tenía un año como universitario en Cracovia cuando la invasión nazi a Polonia y la Segunda Guerra Mundial obligaron a cerrar la universidad. Entonces Lolek entró a trabajar en una fábrica, organizando ahí una forma de resistencia cultural católica polaca, fundando el «Teatro Rapsódico», una compañía clandestina de jóvenes actores.
  • A pesar de ser un intelectual, Karol nunca lamentó convertirse en obrero; más bien lo agradeció: «Cuatro años de trabajo físico me enseñaron más que dos doctorados… Cuando yo trabajaba en aquella fábrica, mi vida cristalizó definitivamente. Mis aficiones artísticas, humanísticas, literarias, mi preocupación por Polonia… Y el resultado fue mi llamada al sacerdocio».
  • Tenía 20 años de edad cuando su padre murió. Karol pasó cuatro días enteros arrodillado ante el cuerpo de su progenitor, recogido en la oración. Tras el entierro, iba al cementerio todos los días al salir de trabajar, para rezar ante la tumba de su padre.

Fue la oración constante la que le permitió salir adelante ante tanto dolor. Rezaba cada día en el templo antes de ir al trabajo, rezaba en la fábrica, y rezaba en una antigua capilla de madera cerca de la fábrica.

  • Durante los seis años de ocupación nazi, Lolek participó en la organización cristiano-social UNIA, en la que, arriesgando su vida, ayudaba a conseguir certificados falsos a los judíos, escondía en su casa a algunos buscados por la Gestapo, y compartía con ellos los alimentos. Como seminarista clandestino, ayudó a atender a los judíos escondidos en los sótanos de la casa episcopal. Y cuando tenía 25 años ayudó a una judía de 13 años, superviviente de un campo de concentración, alimentándola y llevándola en brazos durante cuatro kilómetros en medio de una nevada, para que cogiera un tren que la devolvería a su casa.
  • Ya sacerdote, fue enviado al poblado de Niegowic, donde no había agua corriente, alcantarillado ni electricidad. Ahí a una viuda anciana le robaron la ropa de cama, y Karol le dio la suya, durmiendo durante meses sin colchón ni sábanas.
  • En los primeros días de su pontificado, uno de sus colaboradores preguntó: «¿Ha visto usted al Santo Padre? ¡No lo encuentro por ninguna parte!». Otro contestó: «¿Lo ha buscado en la capilla?». Respuesta: «¡Por supuesto: antes que en ningún otro sitio!». Y le dicen: «Pues mire de nuevo; debe de estar allí». Efectivamente, Juan Pablo II estaba en el suelo, con las luces apagadas, postrado con los brazos en cruz ante el Sagrario.
  • Durante su pontificado, decenas de personas con cáncer, ceguera y otros males fueron milagrosamente sanados tras encontrarse con el Papa.
  • Atacado a balazos por Ali Agca en 13 de mayo de 1981, Juan Pablo II lo perdonó enseguida, y tiempo después lo visitó en la cárcel.
  • Antes de entregar su alma al Señor, la última palabra de Juan Pablo II fue: «Amén».

TEMA DE LA SEMANA: AQUEL OCTUBRE DE 1978

Publicado en la edición impresa de El Observador del 20 de octubre de 2019 No.1267

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