Por P. Fernando Pascual
Un gobierno sano tiene como meta promover el bien común de la sociedad, que coincide con la búsqueda de todo aquello que permita a las personas y a los grupos alcanzar objetivos buenos según sus necesidades.
Un gobierno enfermo tiene como objetivo mirar sobre todo al bien de algunos grupos, a conseguir mejores resultados en las encuestas, y a asegurarse un número de votos que les garantice la reelección.
Uno podría suponer que un gobierno sano sería premiado por las encuestas y que alcanzaría buenos resultados en las votaciones. La realidad, sin embargo, desmiente tal suposición, sobre todo cuando la gente no percibe los beneficios de ciertas decisiones difíciles pero necesarias para el bien común.
Por eso, ocurre que algunas buenas decisiones de los gobernantes reciben poco apoyo, o incluso provocan descontento en la «opinión pública», cuando tales decisiones resultan necesarias en un momento determinado para el bien de la sociedad.
Al mismo tiempo, y esto es sumamente dañino, ocurre que otras decisiones de los gobernantes que provocarán graves daños sociales a corto o a largo plazo, son recibidas con aplausos y reconocimientos porque la prensa y la gente las considera buenas según intereses mezquinos o falta de seriedad en los análisis.
Los sistemas democráticos quedan seriamente heridos cuando los partidos y las personas, especialmente quienes reciben el encargo de gobernar, están obsesionados por las encuestas y miran siempre lo que pueda suceder en las siguientes elecciones.
Ciertamente, cuando un gobierno toma una decisión difícil pero necesaria para la justicia y la paz sociales, ha de buscar maneras para hacerla entender a la gente. Lo cual implica, en no pocas ocasiones, superar ataques oportunistas de los partidos de la oposición que presentan lo necesario y bueno como negativo…
En cambio, una oposición responsable, auténticamente deseosa del bien común, no caerá en tácticas electoralistas para criticar al gobierno cuando toma decisiones difíciles pero beneficiosas, sino que apoyará honestamente a los gobernantes para no hacer más tensa la situación.
Parece una utopía, pero es posible imaginar sociedades en las que la atención a las encuestas y a las votaciones no envenene la vida política. Así será posible que los gobernantes cuenten con la suficiente confianza como para tomar decisiones adecuadas a cada momento, desde el deseo de ayudar a las personas y a los grupos en sus necesidades fundamentales.