Nada tiene de extraño que las decenas de miles de religiones protestantes actuales, teniendo en general un aprecio bastante limitado hacia María Santísima, nieguen los dogmas relativos a Ella, incluyendo el de su Inmaculada Concepción. «La Biblia dice que era una pecadora, igual que el resto de los seres humanos», aseguran, y para ello esgrimen este versículo: «Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios» (Romanos 3, 23).
Se sorprenderían si indagaran en la historia, pues descubrirían que el fundador del protestantismo, Martín Lutero, era un defensor de la Inmaculada Concepción; es decir, que tres siglos antes de que que fuera definida como dogma por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, el ex-monje alemán ya defendía esta verdad revelada de manera implícita por Dios en su Palabra.
Lutero escribió en 1527, en su sermón «Sobre el día de la Concepción de la Madre de Dios»:
«Es dulce y piadoso creer que la infusión del alma de María se efectuó sin pecado original, de modo que en la mismísima infusión de su alma Ella fue también purificada del pecado original y adornada con los dones de Dios, recibiendo un alma pura por Dios; de modo que, desde el primer momento en que Ella comenzó a vivir, fue libre de todo pecado».
Pero bastaría con que cualquiera leyera la Palabra de Dios para darse cuenta de que el Señor tiene el poder para guardar sin mancha a quien le plazca, pues Él «es capaz de guardaros inmunes de caída y de presentaros sin mancha ante su gloria» (Judas 24).
Y Dios mismo le dice a la Serpiente en el protoevangelio: «Enemistad pondré entre ti y la Mujer» (Génesis 3, 15), es decir, enemistad entre Satanás y María Santísima. Si María hubiera pecado de manera personal, o si simplemente hubiera heredado el pecado original, no estaría enemistada con Satanás.
Además, cuando el arcángel san Gabriel se aparece a María en la Anunciación, la saluda sustituyendo su nombre terrenal por estas palabras a modo de nombre propio: «Llena de Gracia» o, más exactamente, «Plena de Gracia». Para los israelitas el nombre tiene relación con la esencia personal. La esencia de María es ser «Plena de Gracia», es decir, sin espacio para otra cosa que la Gracia de Dios; por tanto, sin espacio para el pecado. Qué lejos de la verdad se encuentra la traducción clásica de las biblias protestantes, que minimizan a la «Llena de Gracia» llamándola apenas «muy favorecida».
Redacción
TEMA DE LA SEMANA: EL DULCE MISTERIO DE LA INMACULADA
Publicado en la edición impresa de El Observador del 8 de diciembre de 2019 No.1274