Por Padre Shenan J. Boquet
“Evangelizar significa: mostrar este camino, enseñar el arte de vivir… Es por eso que necesitamos una nueva evangelización, si el arte de vivir sigue siendo un desconocido, nada más funciona. Pero este arte no es el objeto de una ciencia: este arte solo puede ser comunicado por alguien que tiene vida: el que es el Evangelio personificado”.
– Cardenal Joseph Ratzinger, Discurso a los catequistas y docentes de religión. Jubileo de los catequistas 2000.
“Desconcierto” es quizás la palabra que mejor resume mis sentimientos al examinar los eventos del año pasado. Si hay algo que es una constante en este mundo, es el cambio. Y, sin embargo, me parece que 2019 fue un año caracterizado por cambios inusualmente rápidos, sísmicos y a menudo confusos: políticos, sociales y espirituales.
Si hubiera algún problema que diría que resume esta realidad de cambio rápido y confusión generalizada, sería el “transgénero” y la ideología de “género”. Aunque he prestado mucha atención al progreso de la “Cultura” de la Muerte durante muchos años, nunca habría anticipado, ni siquiera hace dos o tres años, que las formas más radicales de la ideología de “género” hundirían sus dientes en nuestra cultura tan profunda y rápidamente como lo han hecho.
De hecho, uno podría argumentar que 2019 fue el año de la ideología de “género”. Parecía que todos los días se nos pedía que aceptáramos afirmaciones cada vez más extrañas e improbables: que los hombres biológicos pueden quedar embarazadas, por ejemplo, o tener un período; o que el derecho de los hombres biológicos a competir en el deporte femenino es un “derecho humano” fundamental; o que deberíamos celebrar cuando los niños supuestamente “transgénero” son mostrados frente a los medios de comunicación del mundo para mostrar cuán tolerantes y progresistas son sus padres.
Igualmente desalentador fue ver a tanta gente común inclinar la cabeza y aceptar cada nueva demanda indignante, independientemente del costo real de nuestras libertades, nuestra cultura y la felicidad, la salud e incluso la vida de nuestra juventud.
Sin embargo, la confusión de 2019 no se limitó al mundo del progresismo social. Para muchos, el mundo de la política se caracterizó cada vez más por la división, el caos y el extremismo. A menudo parecía, por ejemplo, que cada uno de los candidatos presidenciales demócratas se esforzaba conscientemente por superarse unos a otros en el extremismo de sus posiciones proabortistas y antifamiliares. Y apenas necesito mencionar cómo terminó el año con una votación para destituir a nuestro presidente, y la exposición de profundas divisiones políticas incluso dentro de la comunidad cristiana.
Mientras tanto, para muchos católicos, 2019 fue el año en que se dieron cuenta de que la confusión y la corrupción en la Santa Madre Iglesia es más profunda y en círculos más altos de lo que se habían dado cuenta anteriormente. Para los católicos fieles, esta es, sin duda, la fuente de confusión más desalentadora de todas. A medida que la cultura ha descendido al caos moral, confiamos en la estabilidad de la Santa Madre Iglesia como el único y confiable refugio contra la locura de nuestra época. Contamos con la Barca de Pedro para llevarnos con calma a través del océano agitado de la “Cultura” de la Muerte y la locura moral de nuestra época. Ahora, sin embargo, a veces se siente como si a esa Barca le estuviese entrando una peligrosa cantidad de agua.
Cristo, nuestra roca
Por lo tanto, siendo que 2019 fue un año caracterizado por un cambio tan desorientador, el comienzo de 2020 es un buen momento para recordarnos ciertas verdades fundamentales, verdades que pueden proporcionar una resistencia contra la confusión. La primera de ellas es que Cristo es y debe ser nuestra roca, y que, sean cuales sean las apariencias temporales, es solo en Cristo, y en la Iglesia que Él fundó, que podemos encontrar la estabilidad, la paz y la salvación por las cuales nuestros corazones anhelan.
Recordemos la desesperación de los Apóstoles en la barca, mientras cruzaban el mar de Galilea en la tormenta. Cristo estaba allí, en medio de ellos. Podían ver su forma pacíficamente dormida. Su Señor, su Cristo, el Hijo de Dios, el Verbo hecho carne, su Salvador, yacía cerca de ellos. ¿Qué más podrían haber querido? Y sin embargo, su coraje fracasó cuando vieron la tormenta y las olas. Desesperados, despertaron a Cristo, atreviéndose incluso a reprenderlo: “Maestro, ¿no te importa si perecemos?”
El evangelista cuenta: “Y se despertó y reprendió al viento, y le dijo al mar: ‘¡Paz! ¡Quédate quieto!’ Y el viento cesó, y hubo una gran calma. Entonces Cristo se volvió hacia sus Apóstoles con tristeza, preguntando: ‘¿Por qué tienen miedo? ¿No tienen fe?’” (Marcos 4: 39-40).
“¿Por qué tienen miedo?” Muchos de nosotros en este momento podríamos sentirnos como los Apóstoles en esa barca. Al igual que los Apóstoles, la Iglesia nos lleva en medio de las olas y los vientos de un mundo enloquecido. Y sin embargo, como los Apóstoles, perdemos la fe, perdemos el valor. Las olas parecen tan grandes, los vientos soplan tan ferozmente, y la barca misma se agita y gira en las olas. Y sin embargo, todo el tiempo, Cristo mismo está entre nosotros, su forma de reposo nos espera silenciosamente dentro del tabernáculo, listo para impartir su paz y gracia a nuestras almas atribuladas, si tan solo nos volviéramos a Él y confiáramos en sus promesas.
Como he dicho tan a menudo en esta columna, la respuesta a la “Cultura” de la muerte y las confusiones de nuestra época no radica en el activismo político o social, no importa cuán brillante sea. Sí, necesitamos activistas y líderes políticos brillantes y comprometidos. Sin embargo, aún más que esto, necesitamos hombres y mujeres de oración profunda, en cuyo corazón se ha encendido el fuego del amor divino. Necesitamos hombres y mujeres que hayan bebido profundamente de la presencia amorosa de Cristo y que anhelen llevar su amor a todo el mundo, comenzando con su familia, amigos y vecinos.
Mi deseo para este Año Nuevo
Mi deseo más querido para este Año Nuevo es éste: ver a las personas, especialmente dentro del redil cristiano, adoptar este lema y vivir de acuerdo con él: “Lo que le pase a mi hermano o hermana me pasa a mí. Lo que afecta a mi hermano o hermana me afecta a mí”. Porque, como dice Jesús: “Lo que hiciste por uno de estos hermanos míos, lo hiciste por mí” (Mateo 25:40). El mayor acto de amor que podemos hacer por nuestro prójimo es traerles la verdad de la vida, muerte y resurrección de Cristo, y su don de salvación, evangelizar. Si más personas vivieran de esta realidad, nuestras culturas serían radicalmente diferentes. Nuestro problema es que la mayoría ha sido insensible a la dignidad inalienable de la persona humana. Por lo tanto, primero debemos volver a enseñar la dignidad inherente e inmutable de toda persona humana, una dignidad que nos fue revelada en su plenitud por la encarnación de Cristo. Si no entendemos nuestra naturaleza y dignidad, haremos poco o ningún progreso.
La “Cultura” de la Muerte ha tenido mucho éxito en la deshumanización de la persona humana y nuestra preocupación por los demás. Al atacar a la familia, nos ha desvinculado el uno del otro y de nuestras obligaciones mutuas. La “Cultura” de la Muerte ha promocionado sus productos para convencer a la gente de rechazar las creencias judeocristianas y las doctrinas morales de larga data. El relativismo moral reina. Para la mayoría, su conciencia está entumecida o muerta. Y, “Lo sobrenatural”, dice el cardenal Robert Sarah, “es tragado en el desierto de lo natural” (Libro: El día ahora se ha gastado mucho).
Necesitamos volver a evangelizar, comenzando dentro de la Iglesia. En definitiva, la solución a la actual crisis cultural y moral es la búsqueda de una mayor santidad. Como nuestro enemigo es el pecado en sí, los pecados más fáciles contra los que luchar son aquellos que supuran en nuestras propias almas. Como dijo San Francisco de Asís: “El soldado de Cristo debe comenzar con la victoria sobre sí mismo”.
La victoria sobre nuestros pecados es posible solo una vez que hemos unido nuestros corazones a Cristo, la “piedra que los constructores rechazaron” que “se ha convertido en la piedra angular” de toda nuestra vida. Como dijo el Papa Benedicto XVI en 2010, “La raíz de toda evangelización no radica en un plan humano de expansión, sino en el deseo de compartir el inestimable regalo que Dios ha deseado darnos, haciéndonos partícipes de su propia vida” (Ubicumque et Semper, 2010). Construir nuestras vidas en esta roca es protegernos contra los vientos de confusión y las tormentas de desánimo: “Y la lluvia descendió, vinieron las inundaciones y los vientos soplaron y golpearon esa casa; y no cayó, porque se fundó en la roca” (Mateo 7:25).
Si bien muchos hacen resoluciones de Año Nuevo para cosas superficiales, debemos comprometernos, usando todas nuestras habilidades, a ser más activos en el movimiento provida y a favor de la familia. Necesitamos unirnos contra el asalto radical contra la vida, el matrimonio, la familia y nuestros hijos. Necesitamos educarnos sobre los temas, involucrarnos más en la vida política de nuestro país, apoyar a las personas en el liderazgo que apoyan activamente nuestras causas y exponer y confrontar a aquellos que se oponen a nuestros valores. Necesitamos ser más sensibles a lo que sucede a nuestro alrededor, es decir, leyes y políticas matrimoniales anti-vida y anti-tradicionales, el adoctrinamiento de programas de “educación” sexual perversa e ideología de “género”, legalización y normalización de la eutanasia, etc.
Te digo: Perfecciona tu voluntad.
Yo digo: no pienses en la cosecha,
Sino solo en una siembra adecuada.
– T.S. Eliot – Coros de la roca.
Aún más importante, dado que estamos en una batalla espiritual, necesitamos volver a comprometernos con vidas espirituales más profundas. En este momento de confusión y cambio, necesitamos hombres y mujeres que, como T.S. Eliot lo puso en el poema de arriba, han perfeccionado sus voluntades; quienes nunca ceden a la tentación del desánimo, pero sin prestar atención a la cosecha, que es asunto de Cristo, ponen sus manos en el arado, en la siembra, que es nuestro negocio, lo que nos incumbe. Porque aquí el dicho es cierto, “uno siembra y otro cosecha” (Juan 4:37).
Debemos depositar toda nuestra confianza en Cristo, nuestra roca. Debemos volver a comprometernos con la oración profunda, la confesión y la recepción frecuente de la Eucaristía, la adoración eucarística, el rosario familiar y la mortificación de nuestras pasiones. Estas son las armas que la Iglesia nos recomienda y que han servido a tantos santos tan bien a lo largo de los siglos.
Cuando comencemos este nuevo año, hagamos resoluciones espirituales concretas y alcanzables, que podamos comenzar a poner en práctica de inmediato, y que, si nos adherimos a ellas, nos llevarán a través del año con la profunda paz que solo Cristo puede impartir en nuestros corazones.
Fuente original: https://www.hli.org/2019/12/new-years-wish/
VHI agradece a José Antonio Zunino Tosi del Ecuador la traducción de este artículo.