Por José Francisco González González, obispo de Campeche

El Evangelio de este II Domingo Ordinario es de San Juan 1,29-34. Es una narración muy densa y rica. Se habla de varios aspectos en torno a la persona de Jesús. El Bautista ve venir a Jesús y le señala como “El Cordero de Dios”. Un título que evoca la memoria del libro bíblico del Éxodo. Para la celebración de la pascua se sacrificaba el cordero. El encargado de este sacrificio, antes de centralizar todo el culto en Jerusalén, era el padre de familia.

Con la sangre del cordero sacrificado, el padre de familia marcaba los dinteles de las puertas de las casas. Ese era un signo de liberación. El ángel exterminador, así, no dañaría a las familias judías (Ex 12,13-14). Jesús es el verdadero Cordero de la Nueva Pascua, pues su sangre va a ser verdaderamente protectora y liberadora del pueblo de la nueva alianza (cf. 1Cor 5,7; 1Pe 1,19; Ap 5,6.9).

El escritor antiguo, Orígenes, afirma que Jesús es el Cordero de Dios porque Él, tomando sobre sí nuestras aflicciones y quitando los pecados de todo el mundo, recibió la muerte como bautismo. Dios Padre aceptó la muerte de Jesús por nuestra salvación.

QUE QUITA EL PECADO

Jesús va a quitar el pecado del mundo. Juan el Bautista, sin duda, alude a un texto del profeta Jeremías: “Me conocerán todos, del más grande al más humilde. Porque Yo habré perdonado su culpa y no me acordaré más de su pecado” (Jer 31,34). Jesús quita el pecado porque fue concebido y dado a luz sin pecado de una Mujer Virgen. Eso no sucede con el resto de los hombres, como lo reconoce el rey David (Sal 50,7).

Todo pecado es darle la espalda al amor; es romper con el amor que Dios nos regala. Jesús viene, como Siervo de Dios, a prestar un delicadísimo servicio de caridad, al ofrecernos el perdón de los pecados, que hemos contraído.

En el Proyecto Global de Pastoral de los Obispos mexicanos leemos: “El Padre nos hace hijos en el Hijo, y también nos redime; es decir, nos libra del pecado. La Redención es, pues, el momento sanante, el momento liberador que nos reincorpora en el proceso de la salvación de Dios, que dice plenitud, realización definitiva” (Nº 105)

Otro aspecto importante que señala el Bautista es que Cristo “existía antes que yo”. Eso evoca varios textos de los libros sapienciales, en los que se habla de la Sabiduría de Dios, que existía antes de todas las demás criaturas, y que estaba junto a Dios como maestro de obras en la creación del universo y que, por fin, fue a morar en medio del pueblo de Dios (Prov 8,22-31; Ecclo 24,1-11).

San Gregorio explica así la frase emitida por el Bautista: “Porque primero era que yo, como si dijese claramente: aunque he nacido antes que Él, a Él no lo limita el tiempo de su nacimiento; porque aun cuando nace de su madre en el tiempo, fue engendrado por el Padre sin tiempo”.

DESCIENDE EL ESPÍRITU COMO PALOMA

Otra afirmación de Juan es que vio el Espíritu Santo que descendía del cielo como paloma y reposó sobre Él. Esta frase es muy importante, pues a Jesús le atribuye la capacidad creadora, propia de Dios. En Gen 1,2 dice que “El Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas”. El texto bíblico sugiere la imagen de un pájaro que vuela sobre un nido. La visión del Bautista es la nueva creación en movimiento, bajo la acción de Dios por mediación de Jesucristo. Digamos con Salmo 39:

¡Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad!

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