Por Jaime Septién
Muchos críticos han dicho que la película Los dos Papas es un retrato malísimo de Benedicto XVI. Si lo tomamos como un documento fidedigno, tienen razón. Si lo tomamos como ficción, lejos de «alejar» a la gente de la Iglesia, a mí me parece que muestra el lado humanísimo de un Papa al que la versión de sus detractores ha querido poner como un ortodoxo insensible y la de sus fanáticos como un ángel alejado de los horrores del mundo.
Francisco, casi inmediatamente después del estreno de la película, puso la muestra de que al Papa hay circunstancias que le pueden hacer perder los estribos. En la Plaza de San Pedro, en Roma, el 31 de diciembre, una mujer de apariencia asiática lo jaloneó. Francisco se zafó y palmeó dos veces, con fuerza, el brazo de la mujer. Al día siguiente, durante el Ángelus, tras subrayar que «el amor nos hace pacientes», el Papa dijo, desviándose de su guión: «Muchas veces perdemos nuestra paciencia. Yo también, y me disculpo por el mal ejemplo de ayer».
En la película, el personaje de Benedicto XVI y el del cardenal Bergoglio se confiesan, sacramentalmente, uno al otro. Ambos se saben pecadores. Como todos nosotros. Y pueden sufrir enojos, sobresaltos, iras, orgullos, omisiones… Lo maravilloso es que tanto en la ficción como en la vida real, piden perdón a Dios y a los hombres. Hermosa manera de comenzar un año: «Yo también, y me disculpo por el mal ejemplo de ayer…».
Publicado en la edición impresa de El Observador del 12 de enero de 2020 No.1279