Por P. Fernando Pascual

Las cadenas simbolizan la falta de libertad. La larga historia humana de seres humanos encadenados muestra hasta qué punto puede llegar el deseo de dominio de unos sobre otros, en contra del derecho fundamental que permite las elecciones libres.

Por desgracia, existe un tipo de cadenas que los seres humanos se imponen a sí mismos. ¿Cuándo ocurre eso? Cuando, a través de decisiones tomadas libremente, uno se introduce en formas de vida de las que luego no puede liberarse.

Eso ocurre, de un modo dramático, en algunas dependencias. Por ejemplo, cuando uno, en plena libertad, opta un día y otro por cierta droga, o por ciertas imágenes, o por ciertas bebidas, o por juegos de apuesta, hasta terminar encadenado psicológicamente (incluso físicamente) a algo.

También ocurre, de modo menos dramático, con ciertas actividades que algunos escogen y que, normalmente, no generarían dependencia, aunque al final se convierten en cadenas autoimpuestas.

Por ejemplo, cuando uno se inscribe a un amplio boletín de noticias nacionales, internacionales, deportivas o de otro tipo, que intenta leer todos los días a costa de quitar tiempo a actividades que podrían ayudarle en su vida familiar o profesional.

O cuando uno se propone la compra de ciertos bienes materiales costosos y reorganiza toda su vida con el deseo de ganar más y más dinero para alcanzar esa compra, a costa a veces de su propia salud.

O cuando uno se sumerge en el mundo de las redes sociales, chats, fotos compartidas, vídeos, canciones, con las casi infinitas posibilidades que existen en Internet, hasta el punto de que la vida “virtual” (online) ocupa casi más tiempo que la vida “real” (offline).

O cuando uno escoge actividades variadas que exigen el empleo de pequeñas cantidades de tiempo que, al sumarse, ocupan buena parte del día: hay que leer estos libros, hay que terminar estos crucigramas o sudokus, hay que conocer las nuevas recetas de esta revista, hay que ver cómo termina esa telenovela…

En este último caso la cadena llega con una suavidad que esconde sus daños potenciales: como se trata de cosas pequeñas, inofensivas, que “casi todo el mundo hace”, no se percibe cómo roban gota a gota el escaso tiempo que tenemos a nuestra disposición.

Para evitar quedar amarrados a cadenas autoimpuestas, sean las más graves y peligrosas, sean las que aparentan ser casi inofensivas, necesitamos una sana disciplina en el uso del tiempo, según criterios que vayan a lo esencial.

Cuando tomemos conciencia de que nuestra vida es breve (ni siquiera sabemos si llegaremos a final de mes), y cuando recordemos que lo único importante consiste en amar a Dios y a los demás, sabremos dejar de lado todo aquello que nos impida alcanzar metas buenas, e invertiremos nuestro tiempo, nuestra mente y nuestro corazón en lo que sirve para amar en este mundo y en la eternidad…

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