Por Hno. José Ernesto Hernández Rodríguez., msp

Veremos un aspecto de cómo la vida de San José Sánchez del Río y la actualidad de su testimonio nos deben interpelar en el tipo de vida cristiana que vivimos.

Joselito nació el 28 de mayo de 1913 en Sahuayo, Michoacán. Siendo un adolescente se hizo parte de los cristeros que defendían la libertad religiosa en México. Entró como ayudante debido a su corta edad, y ahí en esa condición animaba a los cristeros a seguir adelante en la causa de la fe, los invitaba a rezar el rosario, contagiaba el ambiente con su alegría. Llegó el día en que cayó preso por los federales por haberle cedido su caballo al general al cual le dijo: “Mi general, aquí está mi caballo sálvese usted aunque a mí me maten, yo no hago falta pero usted sí”. Le cortaron la planta de los pies y así fue obligado a caminar hasta el lugar de su muerte; los federales querían que renegara de su fe pero no lo consiguieron, José gritaba “Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe”, finalmente fue asesinado al pie de su tumba el 10 de febrero de 1928 dando un valiente testimonio de fe.

José Sánchez del Río fue testigo de la fe en su tiempo y en su propia circunstancia. ¿Qué nos toca ahora a nosotros? Muchos católicos vivimos sin conciencia nuestra vocación profética recibida en el bautismo y renovada en el sacramento de la confirmación.

En el sacramento de la confirmación hemos hecho un compromiso público con Dios, con la comunidad cristiana y con toda la sociedad que en muchos casos desconocemos. Veamos: “El sacramento de la confirmación, que imprime carácter y por el que los bautizados, avanzando por el camino de la iniciación cristiana, quedan enriquecidos con el don del Espíritu Santo y vinculados más perfectamente a la Iglesia, los fortalece y obliga con mayor fuerza a que, de palabra y obra, sean testigos de Cristo y propaguen y defiendan la fe” (CIC 879)

Quedamos enriquecidos con el don del Espíritu Santo: Jesús fue claro. Él mandaría al defensor, al Espíritu Santo sobre nosotros, para que fuéramos sus testigos. (cf. Jn, 15,26); la vida cristiana es movida e inspirada por Él. Esto no es un título, es la acción poderosa de Dios en nuestra vida; el amor de Dios ya nos ha sido dado como don a través de su Espíritu (Rm 5,5) Fue a través del Espíritu Santo que Joselito fue alentado en para vivir de manera heroica su fe.

Somos vinculados a la Iglesia: De manera que asumimos derechos y obligaciones, quedamos adheridos a la fe que ella custodia, para vivir siempre en comunión con sus enseñanzas.

Quedamos obligados a ser testigos de Cristo, a difundir y defender la fe: Es la experiencia lo que nos convierte en testigos. Ver, escuchar, experimentar a Dios en la propia vida hará que estemos capacitados para anunciar la fe que el Señor nos regala. La convicción de que Dios ha obrado y obra en la propia vida provoca que haya urgencia por hacer que otros experimenten el amor de Dios.

Defender y difundir la fe es algo verdaderamente urgente, hoy abundan ideologías que pretenden imponerse a la verdad que Cristo trajo al mundo y no han faltado grupos que han criticado a la Iglesia por no aceptarlas. Por otra parte, el silencio y la desinformación ha provocado que no pocos cristianos acepten con buenos ojos varias aberraciones como el aborto, el “cambio” de sexo de las personas, etc., Ya el Papa Pablo VI decía en la Encíclica Ecclesiam Suam “La fascinación de la vida profana es hoy poderosísima, el conformismo les parece a muchos ineludible y prudente. Quien no está bien arraigado en la fe y en la práctica de la ley eclesiástica, fácilmente piensa que ha llegado el momento de adaptarse a la concepción profana de la vida, como si ésta fuese la mejor, la que un cristiano puede y debe apropiarse. El relativismo, que todo lo justifica y todo lo califica como de igual valor, atenta al carácter absoluto de los principios cristianos” (cf. 24)

Ante esta realidad es donde debemos tomar el ejemplo de San José Sánchez del Río, que ante la opción de renegar de la fe pudo haber salvado su vida y no lo hizo, prefirió ser fiel a Cristo y a la fe de la Iglesia. Ojalá que entendamos que ser hijos de la Iglesia implica ser testigos fieles de Jesús ante las ofertas de todo tipo que el mundo ofrece como innovadoras. “No olvidemos el gran principio, enunciado por Cristo, que se presenta de nuevo en su actualidad y en su dificultad: estar en el mundo, pero no ser del mundo” (cf. Jn 17,16)

Que la vida de este santo mártir provoque en nosotros la inquietud por conocer y vivir nuestra fe, para luego anunciarla a los demás. La fiesta litúrgica de San José Sánchez del Río se celebra el 10 de febrero. Sus restos reposan en la parroquia de Santiago apóstol de su ciudad natal.

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