Por José Ignacio Alemany Grau, obispo
Reflexión homilética del 9 de febrero de 2020
La verdad es que no solo tenemos luz sino que además somos luz, una luz importante que recibimos en el bautismo.
Pero esa luz no es tuya. Mejor dicho, sí es tuya pero también es de todos porque Jesús nos mandó que la pasemos a todos los hombres para hacerlos discípulos suyos.
Es, pues, importante que:
+ Tomemos conciencia de que somos luz.
+ Que esa luz viene del Padre por medio de Jesucristo.
+ Que esa luz nos la dio para comunicarla.
Las lecturas de hoy nos explican un poco cómo debemos actuar con la luz.
Isaías
El profeta enseña: “Entonces romperá tu luz como la aurora”.
Qué bella comparación, el reventar de la luz que termina con la noche.
¿Y cuándo sucederá eso?
«Cuando destierres de ti la opresión… Cuando partas el pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente… Entonces brillará tu luz en las tinieblas; tu oscuridad se volverá mediodía”. Entonces, además, podrás saber que el Señor te dice: “Aquí estoy”.
Servir al prójimo es estar seguro de la presencia de Dios.
Salmo 111
Dice también que el justo “brillará en las tinieblas como una luz”.
¿Y cuándo sucederá esto?
Cuando el justo: “Reparte limosna a los pobres; su caridad es constante, sin falta, y alzará la frente con dignidad”.
San Pablo
Nos habla de cómo él, el apóstol de Jesucristo, no vino a evangelizar con “sublime elocuencia o sabiduría” sino presentando a Jesucristo y éste crucificado con toda simplicidad.
Esto le causaba temor, pero su seguridad consistía en la manifestación y el poder del Espíritu Santo para enseñar a los evangelizados que no se apoyen en la sabiduría humana; es decir, en los motivos puramente mundanos, sino en el poder de Dios.
Verso aleluyático
Encierra la idea central de este domingo.
Jesús es luz y nos la comunica sin medida: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue tendrá la luz de la vida”.
Evangelio
Jesús compara a los suyos con la sal y con la luz en este párrafo evangélico.
Ambas comparaciones son muy importantes para nuestra vida personal y para la Iglesia de Jesús.
Respecto de la sal, sabemos que es un elemento muy importante en la vida del hombre. Pero lo era sobre todo en los tiempos primitivos en que la utilizaban fundamentalmente por su eficacia en preservar los alimentos de la corrupción.
Por otra parte era un elemento sanador porque se echaba la sal en las heridas a fin de cauterizarlas y preservarlas de la infección. Esto podemos aplicarlo a la Iglesia que tiene el poder de perdonar sanando de las heridas del pecado.
En este sentido Jesús quiere que su Iglesia esté en el mundo para evitar la corrupción de la humanidad con sus enseñanzas y con la vida de los suyos.
Además Jesús advierte que si la Iglesia perdiera sus cualidades, asemejándose a la sal que se descompone, perdería su santidad y su razón de ser en este mundo.
En cuanto a la luz es conveniente utilizarla para iluminar a todo el que se acerque y atraer a los que están lejos.
Respecto a cómo debe ser esta iluminación es Jesús mismo quien nos explica:
“Alumbre así vuestra luz a los hombres para que viendo vuestras buenas obras den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”.
Conviene advertir que no se trata de hacer las cosas bien, para que nos vean; sino para que haciendo bien las cosas, los hombres no nos glorifiquen a nosotros sino al Padre del cielo.