Por Padre Shenan J. Boquet*
Ver el progreso del movimiento transgénero es como ver un choque de trenes a alta velocidad. Este gigante ideológico se está precipitando a través de nuestra cultura a una velocidad vertiginosa. Pero aquellos que conducen el tren parecen ignorar por completo el camino de destrucción y horror que están dejando a su paso.
“Horror” puede parecer una palabra demasiado dramática, pero la uso con precaución. Hay un lado verdaderamente horrible en el movimiento transgénero. Sin embargo, se está ocultando cuidadosamente, con la cooperación de los medios, detrás de una pared de eufemismos orwellianos recién acuñados.
Los medios de comunicación hablan habitualmente de cosas como la “terapia hormonal” y la “cirugía de confirmación de género” como si fueran medidas terapéuticas suaves, benignas y no controvertidas que siempre traen paz y curación. Pero, para muchos del creciente número de los llamados “detransicionadores”, la experiencia de someterse a los “expertos” de género se ha sentido como un personaje en una película de horror. (Nota del Editor: la palabra “detransicionadores” se refiere a las personas que se ha arrepentido de haberse “cambiado de sexo” y están en el proceso de deshacer ese cambio.)
Los adolescentes que pasaron por un período de crisis emocional severa, durante el cual cayeron bajo el dominio de ideólogos excesivamente fanáticos, se dan cuenta varios años después que tienen un cuerpo que ha sido mutilado de manera irreconocible e irreversible por los escalpelos de cirujanos sin escrúpulos, el cuerpo que tenía antes de la “operación” gozaba de una salud perfectamente sana. Los órganos reproductivos y otras partes del cuerpo se cortan y se reemplazan con imitaciones poco convincentes de las del sexo opuesto.
Así también sus cuerpos han sido alterados irreversiblemente por enormes cantidades de hormonas artificiales con efectos como las voces femeninas permanentemente reducidas a una masculinidad ronca; senos crecidos en los musculosos y huesudos marcos de cuerpos masculinos; y muchos efectos secundarios, incluida la esterilidad, y las dependencias fisiológicas asociadas con dichos fármacos.
La mutilación de cuerpos sanos
Una persona es la unidad del alma y el cuerpo. Al hacer referencia al “alma’, hablamos de aquello que hace que el cuerpo sea lo que es, es decir, una persona humana, ya sean hombres o mujeres. La identidad sexual de una persona no es una construcción social, sino un hecho objetivo arraigado en nuestra naturaleza como personas de sexo masculino o femenino. Nada puede cambiar esta realidad. Una persona puede elegir mutilar sus genitales, pero no puede cambiar su sexo. Cambiar el sexo es fundamentalmente imposible. En cambio, estamos hablando de actos de mutilación contra un cuerpo sano, que son actos de violencia y son un asalto contra la dignidad innata de la persona. Esto nunca es justificable.
Incluso si es cierto que algunas veces las personas que sufren de disforia de género experimentan alivio después de las cirugías de “cambio de sexo”, parece obvio que los recursos clínicos estarían mejor invertidos en el desarrollo de terapias menos invasivas que no requieran la mutilación de cuerpos perfectamente saludables. Sin embargo, lo que se está volviendo cada vez más claro es que, lejos de encontrar alivio, muchas personas que han sufrido “cambios de sexo”, después de un tiempo, solo han encontrado más y peor sufrimiento.
Considere los detransicionadores que aparecen en este reciente artículo publicado en The Telegraph. La protagonista del artículo, una mujer que se conoce con el nombre de “Charlie”, es afortunada porque nunca recurrió a medidas quirúrgicas u hormonales. En cambio, hizo una transición “social”, es decir, cambió su nombre, su modo de vestir y otras características superficiales relacionadas con el género. No son tan afortunados algunos de los cientos de otros detransicionistas que, según ella, la contactaron desde que hizo pública su historia de arrepentimiento. Como informa The Telegraph: “Algunos han llevado a cabo una reasignación quirúrgica completa: mastectomías dobles, histerectomías y oforectomías (extirpación de ovarios). Al menos una mujer se ha sometido a una faloplastia: a Debbie (anteriormente Lee), de poco más de 60 años y víctima de un trauma infantil extenso, incluido el abuso sexual, le extrajeron carne del brazo para hacer un órgano masculino. Ahora quiere que lo retiren y le den implantes para simular los senos sanos que había extirpado cuando tenía 44 años” [1].
Charlie le dice a The Telegraph: “Estoy en comunicación con jóvenes de 19 y 20 años que se han sometido a una cirugía de reasignación de género completa que desearían no haberlo hecho, y su disforia no se ha aliviado. No se sienten mejor por eso”. En muchos casos, estos individuos tenían antecedentes de abuso sexual o físico, trastornos alimentarios, depresión, y otros trastornos mentales. En medio de su trauma y vulnerabilidad, se les “vendió esta idea de que la transición mágicamente resolvería sus problemas”.
Pero no fue así.
Estas personas son víctimas, víctimas de los “expertos” que los guiaron catastróficamente mal. Imagine por un momento cómo es ser un joven de 19 o 20 años que ahora se está dando cuenta de que sus médicos y terapeutas lo han convencido de mutilar permanentemente su cuerpo y que ahora tiene que vivir el resto de su vida con las consecuencias de esa decisión. Las personas a veces sufren un arrepentimiento agudo después de hacerse tatuajes embarazosos. Imagine la frustración y la ira después de alterar drásticamente la apariencia y la función de su cuerpo, solo para descubrir más infelicidad del otro lado.
Un hombre que se sometió a una “cirugía de fondo”, es decir, la extracción de sus órganos sexuales masculinos, para ser reemplazados por una simulación de órganos sexuales femeninos, dice que, al contrario de las promesas y la propaganda de los medios, el resultado de la cirugía no fue convincente; lo que le hicieron es, dice, “un trabajo de pirateo de Frankenstein en el mejor de los casos” [2].
Una mujer, llamada Keira, describe cómo le recetaron bloqueadores de la pubertad después de solo tres citas a la edad de 16 años. Más tarde, comenzó a tomar testosterona y finalmente se sometió a una mastectomía, la extracción de ambos senos. Sin embargo, cuando tenía poco más de 20 años, de repente tuvo un cambio de perspectiva y se dio cuenta de que cambiar la apariencia de su cuerpo no era la solución a sus problemas. También, como muchas mujeres que entran en la veintena, de repente se encontró pensando en tener hijos, algo en lo que no pensaba cuando tenía 16 años. A pesar de dejar de usar testosterona, su voz todavía es baja, y todavía tiene que afeitarse y se confunde frecuentemente con un hombre.
“Estoy tan enojada y no puedo ver que eso desaparezca”, dijo a The Telegraph. “Me siento enferma, siento que me han mentido. No hay evidencia de los tratamientos que he recibido, y no me hicieron sentir mejor. Fue la madurez lo que hizo que me arrepintiera.”
La justificable ira de los padres
Un artículo reciente en el prestigioso British Medical Journal aborda la cuestión de qué deben hacer los médicos y terapeutas cuando los padres se niegan a permitir que sus hijos hagan una mal llamada “transición de género”. En una inversión verdaderamente diabólica de la verdad, los médicos concluyen que es el rechazo de los padres a la “transición de género” lo que viola el “Principio de Daño” y “justifica la intervención estatal”. En otras palabras, en los casos en que los padres no desean que sus hijos menores se sometan a transiciones de género, el estado debe intervenir y anular los deseos de los padres.
Aquí hay un horror completamente nuevo.
Imagine, por un momento, ser un padre amoroso de un niño que experimenta disforia de género. Ahora imagine que este niño ha caído bajo el dominio de algún maestro radical en la escuela o ha sido afectado por el efecto del “contagio social”, exacerbado por las redes sociales, que claramente está alimentando el crecimiento explosivo de la disforia de género entre los adolescentes. Su hijo ahora dice que es una niña, o su hija que ella es un niño. Y ahora, imagine que, como cualquier buen padre, ha buscado ayuda psicológica sensata para ayudar a su hijo para que no tome una decisión que alterará drásticamente el curso de su vida.
Y ahora, imagine que un médico o un burócrata sin rostro, que solo conoce a su hijo desde hace semanas o meses, y que carece de la preocupación amorosa de los padres, lo ha convencido de exigir el derecho al “cambio de sexo”. Y, al confirmar la negativa de usted, esta persona ha invocado el poder del estado, ha firmado procedimientos médicos que usted teme que dañarán a su hijo y le ha devuelto a su hijo con la exigencia de que se dirija a él como “ella” o a su hija como “él” con la amenaza de perder la custodia de su hijo o hija si no acepta.
Imagine la ira, la sensación de traición y de pérdida en tales circunstancias.
Trágicamente, hay padres que no necesitan imaginar este loco escenario, como el padre anónimo en Canadá, que se ha negado a dar su consentimiento para la “transición de género” de su hija. El año pasado, el juez de Columbia Británica Gregory Bowden dictaminó que la negativa de este hombre a hablar de su hija como “él” constituía “violencia familiar”. El juez también ha puesto al padre bajo una orden de mordaza para que ni siquiera pueda hablar con los medios sobre su caso sin correr el riesgo de graves repercusiones legales. Luego está el caso de Jeffrey Younger, el padre de Texas que casi perdió la custodia de su hijo porque se negó a hablar de él como “ella” y a no apoyar la “transición de género” que su ex esposa quería para su hijo [3].
Este es el totalitarismo desnudo del movimiento transgénero. En el Reino Unido, durante la última década, ha habido un aumento del 4400% en los niños sometidos a “transiciones de género”. La primera ola de detransicionistas de la que acabamos de escuchar es casi con seguridad solo la punta del iceberg. En los años venideros habrá muchos, muchos más. Bien puede resultar que el poder de sus desgarradoras historias disminuirá o incluso revertirá esta locomotora social fuera de control. Pero mientras tanto, ¿cuántas vidas serán destruidas y cuántas familias serán separadas?
Afortunadamente, parece que la reacción está comenzando. De manera alentadora, se ordenó una revisión de la única clínica de “transición de género” del Reino Unido a raíz de una demanda que alega abusos en la clínica [4]. También hay un impulso creciente en algunas jurisdicciones para aprobar legislaciones que protejan a los menores y que penalizan a los médicos que llevan a cabo procedimientos irreversibles de “cambio de sexo” en ellos [5].
Es hora de detener esta locura. Necesitamos un movimiento de padres, médicos y políticos dispuestos a ponerse en pie, decir la verdad y establecer las normas de sentido común que se necesitan para proteger a nuestros hijos y familias de los extremistas transgénero.
* Presidente de Human Life International
Notas:
[2]. https://pjmedia.com/lifestyle/frankenstein-hack-job-19-year-old-regrets-his-transgender-surgery/.
Fuente original: https://www.hli.org/2020/02/the-transgender-movement-is-a-living-nightmare/
VHI agradece a José Antonio Zunino Tosi del Ecuador la traducción de este artículo.