Por Mary Velázquez Dorantes
Bajo un esquema global en el que todo parece ser medido por «prioridades», la vida se ha tornado un aventura gigantesca frente a los escenarios de calma, quietud o tranquilidad, es decir, frente a los escenarios de la cotidianidad, y resulta complicado amar y agradecer lo cotidiano porque las exigencias se vuelven cada vez más poderosas.
Hoy lo cotidiano parece aburrido, parece estar en una escala de grises; sin embargo, ¿qué sucedería si lo cotidiano no existiera? Si de pronto la fugacidad de la vida rompiera de golpe frente a lo que tenemos día a día, o si en algún momento la vida diaria no fuera como es.
A través de un mundo global donde pareciera que tenemos todo bajo control, la vida cotidiana se vuelve insignificante, pequeña o incluso banal, y la llamada búsqueda de la felicidad nunca voltea a ver lo grande de una vida cotidiana, de los momentos repetibles, de las escenas diarias. Nos hemos vuelto productores de sueños, hemos olvidado el espacio privado para enloquecerlo con el público. El ocio ha tocado a nuestras puertas y lo hemos dejado entrar, y la vida es la constante de una necesidad feliz, sin aprendizajes de lo simple, lo pequeño y lo real.
INTERRUMPIR EL TIEMPO Y EL ESPACIO
Avanzamos buscando posiciones dominantes en todos los contextos diarios, dentro de la familia, el trabajo, la escuela y la propia diversión. Caminamos sin distinciones de aquello que nos acompaña, somos creadores de una ilusión que parece nunca alcanzarnos y entonces la tristeza se apodera de nosotros, la envidia se asoma en la vida de los otros, y la competencia se vuelve la práctica social para ser felices.
No obstante, estamos frente a una gran mentira, porque lo cotidiano es justamente la felicidad, aquella que considera por lo que somos y no por lo que parecemos ser: nuestra cama, nuestra taza de café, nuestra gente, son los fragmentos de vida que hacen posible la felicidad. Por lo tanto, el paso más importante para reconocerlos es interrumpiendo el tiempo y espacio que no vemos, y reconociendo que la vida cotidiana se organiza para encontrarle un sentido significativo a la esencia del hombre. El hecho de levantarnos a un nuevo día nos posiciona frente a un panorama de oportunidad, y por ende de retos y desafíos. Sin embargo, también le acompañan los sueños, las preocupaciones, los cuidados y las condiciones de vida, mismas que tendríamos que aprender a querer sin cuestionamientos.
APRENDER A RELATAR NUESTRA VIDA
Si dejamos de ver hacia afuera y miramos dentro vamos aprender que la cotidianidad es el acontecimiento más puro y real frente a todo aquello que sucede en el mundo. Cuando lo cotidiano es vivido, la rutina nos deja de abrumar, se prolongan los momentos y cada acontecimiento sucedido es el guión de una jornada; no podemos vivir amortiguados por la vida, hemos de aprender de la repetición, de los hechos que hacen posible la existencia humana, y entonces dejaremos de cuestionar lo que no sucede.
La vejez, el trabajo, la noche y el día, la enfermedad, la muerte, son hechos que nos ayudan a relatar nuestra vida, y si estamos encasillados en un hedonismo nunca vamos a aprender de la apropiación de todo aquello que nos rodea. El personaje principal de las historias somos nosotros mismos, y el contexto donde suceden todas la cosas es el elemento que hace real la historia, así que por qué no dejamos de perseguir acontecimientos irreales, y no nos detenemos a observar el lugar más importante donde sucede todo: lo cotidiano.
DESPÍDETE DEL TEDIO
Es cierto que la vida puede volverse tediosa o insulta, pero eso sucede cuando el hombre moderno reniega de su realidad, o quizás cuando la ambición de los deseos se desborda. También ocurre cuando atacamos con violencia lo que tenemos, y si caemos en esta trampa entonces la dimensión de la vida actual se vuelve un martirio. No hay ser humano que no busque la felicidad, algunos en la distancia, otros en los objetos, otros en la vida de los demás, pero el deseo de vivir no se extingue, y si tomamos con valor las situaciones que nos rodean nos podemos deshacer de lo tedioso y amargo, para entonces vivir lo excepcional de la cotidianidad, tener listos los números de emergencia de aquellos que nos aman y amamos, disfrutar el furor de una vida apaciguada, y partir las virtudes de la existencia, integrando la esperanza de vida, omitiendo el desorden de aquello que no sucede. Si logramos deshacernos del aburrimiento entonces hemos de encontrar que lo cotidiano es el gran regalo de la felicidad, y que se construye día a día.
Momentos diarios que dan felicidad
- » Mostrar amor a los cercanos en lo cotidiano transforma, ilumina, sana y construye.
- » Conversar cara a cara con amigos y familiares.
- » Trabajar o estudiar, son aspectos cotidianos que nos olvidamos de agradecer.
- » Preparar comida o disfrutar de ella.
- » Descansar, leer, escuchar música.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 8 de marzo de 2020 No.1286