Por Arturo Zárate Ruiz
Con la publicación de Querida Amazonia culminan los trabajos recientes del Papa y muchos obispos por definir los esfuerzos futuros de la Iglesia para anunciar la Buena Nueva en la Amazonia. Si bien el anuncio se ha hecho y se sigue haciendo desde que llegaron los portugueses y los españoles a la zona, todavía es difícil entrar a los lugares más remotos. Y por ello la convocatoria del Papa a seguir anunciando allí el Evangelio.
Lo que me recuerda el Sermão da Sexagesima pronunciado por el padre Antonio Vieira, en 1655, en la Capilla Real de Lisboa. En él defiende, ante el Rey, la labor misionera de la Iglesia por convertir a los nativos del Brasil, no obstante los continuos fracasos de los religiosos y su martirio en manos de los nativos que se les oponían. Vieira quería convencer al Rey de permitir a los misioneros continuar con su misión en vez de enviar tropas para exterminar a los indios rebeldes.
El sermón es extenso, rico en doctrina y hermoso. Sorprende, sin embargo, por qué Vieira amontona paradoja tras paradoja. Este jesuita hace una lista de personajes bíblicos y eclesiásticos muy destacados, quienes brillaron más bien por sus fallas en seguir las reglas de la predicación. Jonás, dice Vieira, fue por ejemplo un hombre malvado:
«Fugitivo de Dios, desobediente, contumaz, y aun después de engullido y vomitado, iracundo, poco caritativo, poco misericordioso, y más celoso y amigo de su propia estimación que de la honra de Dios y la salvación de las almas; deseoso de ver destruida a Nínive, y de verla destruida con sus propios ojos, habiendo allí tantos miles de inocentes. Con todo, este mismo hombre, con un sermón convirtió al mayor rey, a la mayor corte, y al mayor reino, y no de hombres fieles, sino de gente idólatra».
Así Vieira nota que, entre otros, san Ambrosio, san León y san Clemente abusaron de los adornos en la predicación. San Juan Bautista carecía de altos estudios y sólo repetía lo que otros dijeron, Moisés tenía la voz de pito, etc. Con todo, aun con sus fallas, la predicación de ellos dio abundantes frutos.
Lo que el padre Vieira quiso notar en su sermón no fue que los predicadores no necesitasen de preparación para anunciar el Evangelio. Lo que quiso más bien recordarnos es que los frutos de la predicación dependen finalmente de Dios. Es por eso que a quien debemos encomendar finalmente el éxito de la predicación es a Dios mismo.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 1 de marzo de 2020 No.1285