Por Tomás de Híjar Ornelas
Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo. Edgar Allan Poe
Cumpliéndose, este 24 de marzo del 2020, 40 años del martirio del arzobispo de San Salvador, don Óscar Arnulfo Romero, y luego del trepidante mensaje que apenas ha dirigido a su pueblo, en el marco de la pandemia que ahora mismo hace temblar al mundo, Nayib Bukele, presidente de ese pequeño Estado, teniendo como fondo de su escenario un gran retrato del mártir, no puede uno pasar por alto el testimonio valiente del defensor de una causa diametralmente opuesta a la que por entonces hicieron suya los sepultureros del estado de bienestar, la primera ministro de la Gran Bretaña, Margaret Thatcher, y el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan.
Si eso lo hacemos luego de leer el cuento de Edgar Allan Poe –del que esta columna toma su título–, tendremos elementos de discernimiento del todo aplicable a lo que ahora provoca la pandemia del coronavirus (la “muerte roja” de nuestro tiempo), diseminada desde la entraña de los que se creían a salvo o inmunes de ella.
En efecto, la peste ha paralizado los países “prósperos” (así se llama, en singular, el personaje del cuento de Poe), los de la industrialización desaforada (China) y los de la estrategia fiduciaria global (Europa, Canadá y los Estados Unidos).
Ante ello, ¿cómo han de reaccionar los países deslavadamente “cristianos”, sino separándose de la agenda de la autoaniquilación para rescatar de la herrumbre, parálisis y decrepitud al Estado y la participación democrática?
Si es así, podríamos estar ante el inicio del desmantelamiento de la irresponsable hegemonía política que hace cuatro décadas entregó sin el menor recato el estado de bienestar al mercado mundial.
Si la contribución de la Iglesia en este proceso no fue la de san Óscar Arnulfo, alguna explicación nos la da el vínculo estrecho que la Santa Sede en ese momento, el de Juan Pablo II, engarzó al del desmantelamiento de la Unión Soviética, involuntariamente acelerado cuando Mijaíl Gorbachov, como secretario general del Comité Central del Partido Comunista, impulsó la reestructuración (perestroika, en ruso) de su economía introduciendo el capitalismo donde antes estaba vetado.
Una alternativa al predominio de la ganancia material sobre la ecología la propulsa el Papa Francisco a través de una red educativa global denominada Escuelas para el Encuentro (Scholas Ocurrentes), a las que ha dotado de estos principios: educar en la autoestima (educación física), en el arte (sensibilidad y expresiones del espíritu) antes de iniciar a nadie en el conocimiento y uso de la ciencia y de la tecnología.
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 29 de marzo de 2020 No.1290