Por José Francisco González, obispo de Campeche

Nos vamos acercando al cierre de la Pascua, con la celebración de la persona divina del Espíritu Santo.  El Espíritu Santo es coeterno como el Padre y el Hijo. Esas tres Personas forman la Trinidad.

Las siete semanas de pascua es una pedagogía litúrgico-bíblica para preparar esa venida del nuevo Pentecostés. En el Evangelio de hoy (Jn 14,15-21), Jesús advierte que el Espíritu es sinónimo de Verdad. Por esa razón metafísica, el mundo (es decir, lo que rechaza a Dios, lo que sigue la mentira, lo que se deja podrir por la corrupción) no puede recibir ni hospedar al Espíritu de la verdad y de la santidad. Y no lo recibe el mundo (el pecado), “porque no lo ve ni lo conoce” (Jn 14,17).

Jesús promete una cosa muy cierta: “El que me ama, cumplirá mis palabras, y Yo pediré al Padre y les enviará otro Paráclito” (Jn 14,16). Por experiencia sabemos que obedecer a quien nos es detestable, cuesta mucho trabajo; es más, no se obedece, a lo sumo se somete al yugo impositivo. Pero una vez liberado del yugo asfixiante, se deja de hacer aquello que no se deseaba ni se amaba.

En cambio, cuando se tiene aprecio y amor hacia alguien, decimos: “sus deseos son órdenes”. Ni siquiera tiene que levantar la voz o mandarlo de manera imperativa. El amor mueve voluntades. Y como dice santa Teresa de Jesús: El amor no cansa ni se cansa.

Jesús nos promete enviar al Paráclito, porque Él es un Espíritu de amor. Él nos enseñará cómo hacer vida la Palabra de Jesús; Él nos enseñará a obedecer por amor los mandatos del Señor, sus bienaventuranzas. Cumplir lo que Dios pide no será tan pesado, por el presupuesto del amor que se tiene hacia Dios, “porque lo vemos y lo conocemos”. El Espíritu Santo nos concede varios dones, entre ellos el don de conocimiento, de inteligencia y de sabiduría.

VENDRÁ OTRO CONSOLADOR

La palabra “paráclito” tiene dos traducciones. Se puede traducir como “consolador”. Quien consuela, nos eleva la auto estima, nos fortalece con la dulzura de sus consejos y con su aliciente presencia protectora. Cristo hace oración de intercesión por nosotros ante el Padre, para que nos envíe a otro Consolador, el Espíritu Santo. Jesús es, también, paráclito, porque Él nos consuela con sus milagros y con su predicación. La consolación de Jesús y del Espíritu Santo se hace más efectiva en los humildes del pueblo (cf. 1Mac 14,14).

El otro significado de paráclito es “abogado”. Ese adjetivo sustantivado no sólo hace referencia al Espíritu Santo, sino también a Jesús. Así lo dijo el Apóstol Juan: “Tenemos un abogado en Jesucristo para con el Padre” (1Jn 2,1). No dejemos de invocar la presencia del Espíritu Santo. Tengamos plena confianza, como dice san Pablo (Rm 8,26) y digamos:

¡El Espíritu Santo ruega por nosotros!

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