Por P. Fernando Pascual
Relacionarse con Dios es, siempre, algo personal. Nadie puede obligar, ni sustituir, ni suplantar a otros en ese encuentro de cada hijo con su Padre.
Ciertamente, podemos aconsejar a alguien que lea la Biblia, que participe en los sacramentos, que dedique algún tiempo al día para la oración mental o al rosario.
Pero luego es cada uno quien, con un mejor acompañamiento o de modos sorprendentemente originales, aprende a tratar de tú a Tú con quien nos ama desde toda la eternidad.
En la vida del espíritu, por lo tanto, ayuda mucho respetar a los otros en su camino personal, sin presiones, sin injerencias que pueden ser dañinas.
Es verdad que, en ocasiones, a causa del cariño que tenemos hacia alguna persona, quisiéramos darle un “empujoncito” para que logre una mejor vida espiritual.
Sin embargo, en un ámbito tan personal, nadie puede obligar a otros a creer, ni a confiar, ni a amar a Dios y al prójimo.
Nos quedamos, entonces, a las puertas del corazón de un familiar, un amigo, un conocido. Respetamos su libertad: solo desde la libertad cada uno se coloca ante el Dios que no nos quiere esclavos, sino hijos.
La relación con Dios es, por lo tanto, algo muy personal, íntimo, que se construye cada día. Porque también Dios es libre y lleva a cada uno por caminos insospechados.
Cuando esa relación es algo real, entonces la vida en las familias y los grupos resulta mucho más hermosa, porque cada uno de los miembros de una asociación estamos abiertos a la verdadera libertad del amor.
“Si quieres…” “Ya no os llamo siervos… sois mis amigos…” “El que quiera seguirme…” Cristo invita en libertad, sin amenazas, sin presiones.
Cuando encuentra un corazón abierto al amor empieza una aventura muy personal entre la pequeña libertad de un hijo y la gran libertad enamorada de nuestro Padre Dios…