En la última novela del escritor ruso Fédor Dostoievski (1821-1881), titulada “Los hermanos Karamázov”, el personaje Iván le lee a Aliosha un poema suyo, “El Gran Inquisidor”, que describe a un representante de la Inquisición española y su encuentro en Sevilla con Jesucristo, quien ha retornado a la Tierra, y cómo hay quienes no esperan ni desean el retorno del Señor. Traducido en prosa, presentamos algunos extractos:
+ Han pasado ya quince siglos desde que Cristo dijo: ‘No tardaré en volver. El día y la hora, nadie, ni el propio Hijo, las sabe’. Tales fueron sus palabras al desparecer, y la humanidad le espera siempre con la misma fe, o acaso con fe más ardiente aún… Pero el Diablo no duerme; la duda comienza a corromper a la humanidad.
+Y he aquí que la humanidad ha rogado tanto por espacio de tantos siglos, ha gritado tanto “¡Señor, dignáos aparecérosnos!”, que Él ha querido, en su misericordia inagotable, bajar a la Tierra”.
+ No se trata de la venida prometida para la consumación de los siglos… No, hoy sólo ha querido hacerles a sus hijos una visita.
+ El pueblo, impelido por un irresistible impulso, se agolpa a su paso y le sigue… Él les tiende los brazos, les bendice… El pueblo derrama lágrimas de alegría y besa la tierra que Él pisa.
+ Cristo se detiene en el atrio de la catedral… Unos jóvenes llevan en hombros a un pequeño ataúd blanco, abierto, en el que reposa… el cuerpo de una niña de diecisiete años… “¡Él resucitará a tu hija!”, le grita el pueblo a la desconsolada madre. El sacerdote que ha salido a recibir el ataúd mira, con asombro, al desconocido y frunce el ceño. Pero la madre profiere: “¡Si eres Tú, resucita a mi hija!’”. Él…, compasivo, de nuevo pronuncia el Talipha kumi (Levántate, muchacha). La muerta se incorpora… El pueblo, lleno de estupor, clama, llora.
+ Aparece en la plaza el cardenal gran inquisidor. Es un viejo de noventa años… Sus siniestros colaboradores y los esbirros del Santo Oficio le siguen.
+ Lo ve todo: el ataúd a los pies del desconocido, la resurrección de la muerta… ‘¡Prendedle!’ les ordena a sus esbirros, señalando a Cristo. Y es tal su poder, tal la medrosa sumisión del pueblo ante él, que la multitud se aparta, al punto, silenciosa, y los esbirros prenden a Cristo y se lo llevan.
+ Muere el día… De pronto, en las tinieblas se abre la férrea puerta del calabozo y penetra el gran inquisidor en persona…, y pregunta: “¿Eres Tú, en efecto?”. Pero, sin esperar la respuesta, prosigue: “No hables, calla. ¿Qué podías decirme? Demasiado lo sé. No tienes derecho a añadir ni una sola palabra a lo que ya dijiste. ¿Porqué has venido a molestarnos?… Mañana te condenaré; perecerás en la hoguera como el peor de los herejes”.
+ “Quieres presentarte al mundo con las manos vacías, anunciándoles a los hombres una libertad que su tontería y su maldad naturales no la permiten comprender, una liberad espantosa, ¡pues para el hombre y para la sociedad no ha habido nunca nada tan espantoso como la libertad!”.
+ “Pasarán siglos y la humanidad proclamará, por boca de sus sabios, que no hay crímenes y, por consiguiente, no hay pecado; que sólo hay hambrientos. ‘Dales pan si quieres que sean virtuosos’.
Esa será la divisa de los que se alzarán contra Ti, el lema que inscribirán en su bandera; y tu templo será derribado y, en su lugar, se erigirá una nueva Torre de Babel, no más firme que la primera”.
+ “Y nosotros acabaremos su Babel, dándoles pan, lo único de que tendrán necesidad. Y se lo daremos en tu nombre. Sabemos mentir. Sin nosotros, se morirían de hambre… Mientras gocen de libertad les faltará el pan; pero acabarán por poner su libertad a nuestros pies, clamando: ‘¡Cadenas y pan!’”.
+ “Comprenderán que la libertad no es compatible con una justa repartición del pan terrestre entre todos los hombres, dado que nunca —¡nunca!— sabrán repartírselo. Se convencerán también de que son indignos de la libertad”.
+ “Con tu Pan del Cielo podrás atraer y seducir a miles de almas, a docenas de miles; pero, ¿y los millones y las decenas de millones no bastante fuertes para preferir el Pan del Cielo al pan de la tierra? ¿Acaso eres tan sólo el Dios de los grandes?”.
+ “Los demás, que son débiles, pero que Te aman…, nosotros amamos a esos pobres seres, que acabarán, a pesar de su condición viciosa y rebelde, por dejarse dominar. Nos admirarán, seremos sus dioses, una vez sobre nuestros hombros la carga de su libertad, una vez que hayamos aceptado el cetro que —¡tanto será el miedo que la libertad acabará por inspirarles!— nos ofrecerán. Y reinaremos en tu nombre, sin dejarte acercar a nosotros”.
+ “En vez de coartar la libertad humana, le quitaste diques, olvidando, sin duda, que a la libertad de elegir entre el bien y el mal el hombre prefiere la paz, aunque sea la de la muerte”.
+ “El hombre, créeme, es más débil y más vil de lo que Tú pensabas… Le estimas demasiado y sientes por él demasiado poca piedad; le has exigido demasiado, Tú que le amas más que a Ti mismo. Debías estimarle menos y exigirle menos”.
+ “Hemos corregido tu obra; la hemos basado en el ‘milagro’, el ‘misterio’ y la ‘autoridad’… ¿No somos nosotros los únicos que tenemos conciencia de su flaqueza; nosotros que, en atención a su fragilidad, lo hemos autorizado hasta para pecar, con tal que nos pida permiso?”.
+ “¿Por qué callas? ¿Por qué te limitas a mirarme con tus dulces y penetrantes ojos? ¡No te amo y no quiero tu amor; prefiero tu cólera! ¿Y para qué ocultarte nada?… Oye, pues: no estamos Contigo… Hace mucho tiempo —¡ocho siglos!— que no estamos Contigo”.
+ El inquisidor calla. Espera unos instantes la respuesta del preso. Aquel silencio le turba. El preso le ha oído, sin dejar de mirarle a los ojos, con una mirada fija y dulce, decidido evidentemente a no contestar nada. El anciano hubiera querido oír de sus labios una palabra, aunque hubiera sido la más amarga, la más terrible. Y he aquí que el preso se le acerca en silencio y le da un beso… El anciano se estremece,… se dirige a la puerta, la abre y dice: “¡Vete y no vuelvas nunca! ¡Nunca!”. Y le deja salir a las tinieblas de la ciudad. El preso se aleja.
TEMA DE LA SEMANA: QUIÉN ES EL HOMBRE FRENTE A LA ASCENSIÓN
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 24 de mayo de 2020. No. 1298