Por P. Fernando Pascual
Una enfermedad puede difundirse rápidamente a través del aire. Una idea, como ha sido explicado por algunos, también se expande con velocidad semejante a un contagio viral.
Si para evitar el contagio de virus dañinos tomamos medidas serias, incluso exigentes, ¿cómo habría que actuar para que ideas dañinas no contagien las mentes y los corazones de las personas?
Una de las mejores maneras para prevenir un contagio consiste en mantener en excelentes condiciones físicas a las personas. También en el ámbito de las ideas, mentes críticas y corazones serenos están mejor dispuestos para discernir entre ideas buenas e ideas dañinas.
Al mismo tiempo, algunas ayudas externas evitan la difusión de una enfermedad infecciosa: aislamiento de los enfermos, protección especial hacia las personas más vulnerables.
Algo parecido ocurre con ideas engañosas, con mentiras y calumnias que pueden provocar graves daños: vale la pena denunciarlas, aislarlas, y ayudar para que la gente no sucumba a su efecto nocivo.
Es cierto que muchas sociedades consideran un peligro establecer censuras y límites a la difusión de las ideas: ¿quién dice qué idea sea buena o mala?
La historia ha mostrado cuántos abusos se han cometido en nombre del bien del Estado, de la raza, del partido, de la clase, de la revolución… Miles de seres humanos han terminado en la cárcel, o han perdido derechos fundamentales, porque sus ideas han sido consideradas negativas por los dictadores de turno.
Pero sin caer en esos abusos, se pueden promover estrategias sencillas para que cuanto antes una idea negativa sea denunciada desde la verdad, en el respeto hacia los derechos de todos, y con el deseo de evitar el engaño en el que puedan incurrir miles de personas.
Buscar modos para prevenir el contagio de ideas dañinas no es fácil, pero resulta posible sobre todo con una educación ajena a las ideologías, que introduzca a niños, jóvenes y adultos en un sano espíritu crítico con el que evaluar maduramente qué pueda ser verdadero y qué estaría herido por la falsedad.
De este modo, junto a las muchas medidas que se toman para evitar el contagio de enfermedades peligrosas, lograremos que en el mundo de las ideas haya un buen sistema inmunitario. Así se mantendrá vivo el ideal de Sócrates, que era intransigente con lo falso mientras buscaba con ardor todo lo que fuera verdadero, bello y bueno.