Alimentar el espíritu puede ser parte de la rutina.
Por Mónica Muñoz
A estas alturas de la cuarentena, que, por cierto, ya casi se convirtió en sesentena, todos hemos tomado diferentes actitudes y, sobre todo, hemos adoptado distintas rutinas. Por ejemplo, las mamás que están realizando trabajo desde su casa, y muchos papás también, han tenido que aprender a manejar plataformas nuevas para ayudar a los niños a tomar sus clases por internet o televisión, hacen tareas, las envían a los maestros y, además, realizan sus actividades laborales y hogareñas.
A propósito de esto, leí un artículo en un diario electrónico, obviamente, que mencionaba que a las mujeres se les había triplicado el trabajo durante la emergencia sanitaria, pues están todo el día activas atendiendo familia, trabajo y hogar, y si agregamos que, en numerosos casos, los maridos no les ayudan ni siquiera a lavar trastes, ropa o cuidar a los niños, tenemos como resultado que pronto se acaba la paciencia y comienzan los conflictos familiares, además de que los niveles de estrés, ansiedad y depresión van en aumento, acompañados por un alarmante incremento de violencia intrafamiliar.
En estas situaciones, que se están multiplicando rápidamente, debemos tomar conciencia de que todos vivimos bajo el mismo techo y tenemos la responsabilidad de colaborar, sobre todo porque las tareas hogareñas son pesadas y requieren de la cooperación de todos los integrantes de la familia, porque no es justo cargarle la mano a la mamá o a alguno de los miembros; cada quien debe comenzar arreglando sus cosas y recogiendo su cuarto, lavando sus platos y apoyar en otras tareas como barrer, trapear o sacudir.
Además de la dinámica de trabajo, conservar la mente y la atención ocupadas en otras actividades productivas ayudará a disminuir las tensiones que se presentan con la convivencia diaria y forzosa. Y para alimentar el espíritu, también podemos agregar a la rutina un tiempo de reflexión.
Les comparto una experiencia personal. Desde hace un mes, mis hermanos y sus familias, que viven lejos, se conectan con mis padres y conmigo para ofrecer el santo rosario para que la situación que estamos viviendo pronto vuelva a la normalidad, y nuestro país y el mundo superen la crisis económica que nos está afectando a todos.
Estas reuniones virtuales nos han servido para encontrar paz, porque también reímos y platicamos brevemente al concluir la oración, además de que podemos vernos a diario y estar al tanto de las novedades, porque, creo que a todos nos ha pasado, en otros tiempos, a pesar de que cada quien trae consigo un teléfono celular, no nos comunicábamos más que cuando era indispensable. Es una ventaja que veo en esta situación, pues dicen que “no hay mal que por bien no venga”.
Por eso aseguro que rezar en familia es una buena terapia; ojalá que todos pudiésemos sacarle partido y, al terminar el confinamiento, agregar a nuestra rutina un tiempo de calidad con nuestras personas importantes, orando por nuestras necesidades y la unión familiar.
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 17 de mayo de 2020. No. 1297