“Los padres del desierto no se fueron lejos, se fueron a lo profundo” Fray Nelson Medina, OP
Por Tomás de Híjar Ornelas
Uno de los recursos más usados por el protestantismo en su cuna, el luteranismo del siglo XVI, consistió en usar figuras bíblicas, como la ‘Ramera de Babilonia’ que aparece en los capítulos 17 y 18 del Apocalipsis, para caricaturizar el catolicismo,
del que dejarán de formar parte de manera definitiva tras la clausura del Concilio de Trento, en 1563, luego de casi medio siglo de disputas, controversias, luchas fraticidas, hambre y peste.
La fragmentación de la cristiandad no atomizó el Evangelio, sí sus modos y formas de presentarse, y el Nuevo Mundo dio, justo en ese tiempo, dos campos muy fértiles a su desarrollo: los conos norte y sur, que teniendo como punto de partida los asentamientos del Caribe, ensancharon su hegemonía en dos bloques muy grandes pero con un hilo conductor: el catolicismo (con los tronos de España y Portugal a la cabeza) y el cristianismo no católico (la Iglesia Anglicana y luego las demás), que tuvo en la disidencia un flujo de migrantes al tiempo de establecerse en las costas del Atlántico de lo que hoy son los Estados Unidos, sus trece colonias.
Entre ese ‘cristianismo’ en expansión y la forma ‘sagrada’ de subsistir de los pueblos amerindios hubo lo mismo contactos que choques, fusiones o enfrentamientos.
Hacer un balance de ello en estos momentos, además de temerario sería estéril y fatuo, no, en cambio, creemos, calcular dos efectos culturales de muy largo aliento entre el bloque ‘católico’ y el que terminó aglutinándose bajo la divisa “en Dios confiamos” (In God we trust), que no es precisamente una declaración de fe sino un postulado de emancipación absoluta de las instituciones religiosas y civiles (Iglesia y Estado), con un solo propósito: “De muchos, uno” (e pluribus unum). Que lo uno se diga en inglés y lo otro en latín no es casual ni inofensivo, es congruente en términos de eslabonamiento histórico.
¿Qué faltó al Evangelio incoado en América de forma más que brusca a partir de 1492 en esos dos grandes bloques, respecto a la visión sagrada de la vida de los pueblos originarios, y qué sigue a las comunidades de ayer y hoy ahora vinculadas geográficamente en ambos bloques? Sólo una, creemos: darle a la dignidad humana esencia, que no consiste en destruir ni acumular los dones de la naturaleza, sino en administrarlos para provecho de toda criatura.
‘¡Es hora de despertar!’ Así se llama el corto fílmico de Solal Moisan con texto de Camille Etienne, coreografía de Léa Durand y tomas fotográficas de Daniel Sicard, que involuntaria pero felizmente condensa el magisterio de la Iglesia con Francisco en el timón: el odio sólo divide y destruye. El amor lo vence todo. El amor a la vida, al orden, al otro…
¿Cómo nos juzgará la historia a quienes tenemos ante nosotros la última oportunidad de cambiar su rumbo? Pero aún ¿nos juzgará?
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 21 de junio de 2020. No. 1302