El abuso y el maltrato se da especialmente en el propio hogar.
Por Miguel Pastorino / Aleteia en El Obesrvador
Cada 15 de junio aparecen diversas campañas sobre la importancia de valorar más a nuestros ancianos. Y es que como cada año desde el 2012 por resolución de la ONU, es el día mundial contra el abuso y maltrato en la vejez. En varios países se realizan campañas contra el maltrato a los ancianos y hay varias organizaciones preocupadas por este tema, que afecta a millones de seres humanos que merecen la atención de la comunidad internacional y de cada uno de nosotros.
La violencia contra los ancianos, que toma diversas formas, en su mayoría invisibles para la sociedad, es un drama cotidiano del que es preciso tomar conciencia y ante el cual podemos hacer frente con un auténtico cambio de mentalidad.
Una violencia invisible: ¿Gerontofobia?
La falta de valoración hacia los que se van haciendo mayores, y especialmente los más ancianos, naturaliza su olvido y consecuente maltrato. Se pierde la sensibilidad ante un dolor que pasa inadvertido, en el silencio de personas que no se quejan y demandan mejor atención y cuidado.
El abuso y el maltrato a nuestros mayores no es algo que vemos solo en la calle o en centros de salud, sino que se da especialmente en el propio hogar, de la mano de hijos y nietos. Y las formas de abuso y maltrato van desde la apropiación indebida de sus ingresos, hasta la omisión de asistencia, desde el maltrato psicológico y físico hasta el abandono total.
Durante la pandemia las personas mayores no solo se volvieron la “población vulnerable”, sino también la descartable en los países donde los recursos sanitarios no eran suficientes, planteando un verdadero dilema ético al personal de salud.
Esta crisis puso en evidencia la mentalidad que los abandona y el sufrimiento que padecen por verse a sí mismos de esa manera. Lo cierto es que el dominio de la lógica tecnoeconómica en todos los ámbitos de la vida y los valores que se imponen nos han dejado ciegos ante el tesoro que esconde la vejez.
En el mundo de hoy el modelo de realización personal parece ser un adolescente eternizado, y así la adultez y peor aún, la ancianidad parece una etapa a la que no se desea llegar y a la que no se quiere mirar. Y es que el contacto con personas mayores es siempre una silenciosa confrontación con nuestro propio envejecimiento y nuestros propios miedos.
Quien rechaza su propio envejecimiento trasladará ese rechazo a las personas que ahora son ancianas, porque la vida del anciano es un espejo de un futuro posible y un envejecimiento inevitable de cada uno de nosotros.
Quienes logran ya en su juventud aceptar al anciano con todas sus limitaciones, de alguna manera valoran las virtudes propias de la ancianidad y ven en ella también sus valores y riquezas. El amor y el respeto, el cuidado y la generosidad para con los más débiles es una forma de abrazar la propia vulnerabilidad.
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 21 de junio de 2020. No. 1302