Por Rebeca Reynaud

Dice Jesús a Margarita: «la ingratitud humana fue lo que más me dolió en mi Pasión, si me correspondiesen con algo de amor, tendría por poco todo lo que hice por ellos; (…). Sin embargo, sólo frialdades y desaires tienen para mí». Ante estas palabras, Margarita solo podía expresar su impotencia, Él le replicó: «Toma, ahí tienes con qué suplir cuanto te falte.» Y del Corazón abierto de Jesús salió una llamarada tan ardiente, que pensó que la iba a consumir. Jesús dijo: «Yo seré tu fortaleza, nada temas, sólo has de estar atenta a mi voz (…). Comulgarás todos los primeros viernes de mes, y en la noche del jueves al viernes, te haré participe de la tristeza mortal que sentí en el Huerto de los Olivos, esa tristeza es una especie de agonía más difícil de soportar que la muerte. Póstrate conmigo durante una hora, con la cara en el suelo, tanto para apaciguar la cólera divina, pidiendo por los pecadores, como para aliviar la amargura que sentí por el abandono de mis apóstoles. No hagas nada sin permiso de los que te guían, a fin de que el demonio no pueda engañarte, ya que no tiene poder alguno sobre los obedientes.»

En otro momento, Santa Margarita explica: Entendí que la devoción al Sagrado Corazón es el último esfuerzo de su amor hacia los cristianos de estos últimos tiempos, para persuadirlos de amarle y salvarles. — St. Margaret Mary, Antichrist and the End Times, Fr. Joseph Iannuzzi, p. 65.

La cuarta revelación se considera la más importante. Durante la octava del Corpus Christi de 1675, cuenta Margarita: Estando ante el Santísimo Sacramento, el Señor me descubrió su Corazón y me dijo «He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombre y que no ha ahorrado nada hasta el extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Y, en compensación, sólo recibe, de la mayoría de ellos, ingratitudes por medio de sus irreverencias y sacrilegios, frialdades y menosprecios en este Sacramento de amor. Lo que más me duele es que se porten así los consagrados. Por eso te pido que el primer viernes, después de la octava del Corpus, se celebre una fiesta para honrar a mi Corazón».

El 17 de octubre del 1690 Margarita entregó su alma a su Señor, a los 43 años. Tres años después de su muerte el Papa Inocencio XIII empezó un movimiento que abriría las puertas a esta devoción. En 1856 el Papa Pío IX extendió la fiesta del Sagrado Corazón a toda la Iglesia. En 1920, Margarita fue elevada a los altares por Benedicto XV.

El profeta Isaías dijo que antes del “Día de su Ira” se ofrecería a la humanidad “la fuente de salvación”, esa fuente es el Corazón de Jesús. Estamos viviendo el último esfuerzo que Dios hace, antes de la purificación del mundo. Jesús nos dice: “¿Quieres ser fiel a mí? Te pongo la Cruz”. Dios es amorosamente exigente.

A Santa Faustina, Jesús le dijo: “Por ti descendí del cielo a la tierra, por ti me dejé clavar en la Cruz; por ti, permití que una lanza atravesara mi corazón para brindarles una fuente de misericordia. Vengan pues a ella tomar las gracias que quiero darles: De la fuente de mi corazón salen las gracias para todas las almas. Las llamas de compasión me queman. Habla al mundo entero de mi misericordia”. —Jesus to St. Faustina, Divine Mercy in My Soul, n.1485, 1190.

¿Por qué se ha enfriado por décadas la devoción al Sagrado Corazón? Por la falta de capacidad para entusiasmarse por todo lo que no es tangible, por el apego a los bienes y placeres y por una insuficiente comprensión de su base teológica. Quien quiera evangelizar deberá primero recostar su cabeza sobre el pecho de Jesús, como San Juan Evangelista. Solamente un corazón que arde en el amor a Dios, convierte en cenizas cualquier forma de ateísmo oculto.

Hemos de pedir al Señor tener amor a nuestra cruz, al sufrimiento. Jesús nos podría decir señalando su corazón: “Hijo mío, escóndete en esta llaga y toma fuerza de ella para llevar la cruz que te he preparado”.

Una vidente mexicana habló con el Señor, vio el Corazón de Jesús, precioso, grande, encendido en llamas, y Dios le dijo: «Mete a todos en mi corazón». Ella le contestó: «Los meto pero ellos se salen». Luego pidió: «Señor, haz que a los que meta, no se salgan, esto te pido».

En una galería de arte

Pasamos ahora a una breve anécdota. Un hombre había pintado un cuadro donde Jesús aparecía tocando a una puerta, aludiendo a esa frase del Apocalipsis que dice: “Estoy a la puerta y llamo”. El día de la presentación al público, asistieron las autoridades locales, fotógrafos, periodistas y mucha gente, pues se trataba de un artista reconocido. Llegado el momento, se tiró del paño que velaba el cuadro. ¡Aaah…! Hubo una expresión de asombro y un caluroso aplauso. Era una impresionante figura de Jesús, con una linterna en la mano, tocando a la puerta de una casa que parecía algo abandonada. La puerta tenía yerbas, lo que daba la impresión de descuido. Jesús aparecía vivo, con el oído junto a la puerta, parecía querer oír si dentro de la casa alguien le respondía. Hubo muchos comentarios; todos admiraban aquella preciosa obra de arte. De pronto, un observador encontró un fallo en el cuadro: ¡Fíjense, la puerta no tiene cerradura! …  Así que se dirigió prontamente al artista:

-«La puerta no tiene cerradura…».
El pintor respondió:
-«Efectivamente, la puerta no tiene cerradura porque esa es la puerta del corazón del hombre, y el corazón sólo se abre desde dentro».

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