Por Rebeca Reynaud

Decía Benedicto XVI: Para el creyente el nombre de “paz” es uno de los nombres más bellos de Dios. Jesús nos dice: “La paz os dejo mi paz os doy, no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” (Juan 14,27).

¿Qué es la paz interior? Es una fuente de felicidad; es especie de calma en la que dejamos de luchar contra los pensamientos negativos y las emociones perturbadoras. El tiempo para estar a solas con Dios nos da paz. También hay que aprender a vivir el presente.

Escribe Jacques Philippe: Todo el bien que podamos hacer viene de Dios y sólo de Él. «Sin mí no podéis hacer nada», ha dicho Jesús (Jn 15, 5). No ha dicho: no podéis ha­cer gran cosa, sino «no podéis hacer nada». Es esen­cial que estemos bien persuadidos de esta verdad, y para que se imponga en nosotros no sólo en el plano de la inteligencia, sino como una experiencia de to­do el ser, habremos de pasar por frecuentes fracasos, pruebas y humillaciones permitidas por Dios. Él po­dría ahorrarnos todas esas pruebas, pero son necesa­rias para convencernos de nuestra radical impotencia para hacer el bien por nosotros mismos. Según el testimonio de todos los santos, nos es indispensable adquirir esta convicción. Por eso, Santa Teresa de Lisieux decía que la cosa más gran­de que el Señor había hecho en su alma era «haberle mostrado su pequeñez y su ineptitud».

El problema fundamental de nuestra vida espiritual llega a ser el siguiente: ¿cómo dejar actuar a Jesús en mí?

Consideremos la superficie de un lago sobre la que brilla el sol. Si la superficie de ese lago es serena y tranquila, el sol se reflejará casi perfectamente en sus aguas. Algo así sucede en lo que se refiere a nuestra alma respecto a Dios: cuanto más serena y tranquila está, más se refleja Dios en ella.

Las virtudes que dan alegría son la fe, la esperanza y la caridad. ¿Dónde se ancla el optimismo? En las virtudes teologales.

Cuando San Pablo estaba en la cárcel romana escribe: “Alégrense siempre en el Señor, Insisto, ¡Alégrense!” (Filipenses 4,4). La vida es maravillosa, pero a veces el malhumor de una persona, su contestación agria o su actitud pueden hacer que se borre la belleza de la fe. ¿Qué pasa? Hemos dejado que se baje la visión sobrenatural. La visión real es la visión sobrenatural.

Examinar: Señor: ¿qué hay dentro de mí que me impide llegar a ser el niño que balbucea, el niño que Tú buscas en mí?

¿Quién es el que vence al mundo sino quien cree que Jesús es el Hijo de Dios? (Cf. 1 Juan 5, 5). Todo hijo de Dios vence al mundo por la fe. Cuando Jesús dijo: “Yo he vencido al mundo”, no quería insinuar que sus seguidores estarían inmunes contra los dolores, el infortunio, las penas y la crucifixión. No dijo que estarían exentos de la lucha.

¿Qué nos pide Dios? Entregamiento real, total, perfecto, para ser sembradores de paz y de la luz de Cristo, para ser ese alegre signo de contradicción. Si le pedimos al Señor su fuerza, nos la dará. Que no nos comportemos como si ya no tuviéramos nada que aprender. Pidamos a la Virgen ser niños. Queremos estar con ese estupor, con esos ojos abiertos, admirados ante los misterios de Dios. Madre mía, que tengamos esta capacidad de guardar todo en nuestro corazón. Enséñanos a admirarnos de lo que vivimos cada día.

 
Imagen de Jill Wellington en Pixabay


 

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