Las Sagradas Escrituras invitan a alcanzar la paz: “Busca la paz y anda tras ella” (Salmo 34, 14). Pero la paz de la que habla la Palabra de Dios no es equivalente a la que el común de la gente entiende. Cristo mismo explica: “Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo” (Juan 14, 27).

Dios mismo es “el Señor de la paz” (II Tesalonicenses 3, 16).

“Porque Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno (…), para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz (…). Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca” (Efesios 2, 14-17).

Esta paz se puede alcanzar aun en medio de las penurias; por eso insta Jesús: “No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Juan 14, 27).

Pero eso no significa que Dios sea indiferente a los dolores humanos:

“Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario Él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros” (Hebreos 4, 15)

Y si bien a veces pareciera que las pruebas van más allá de lo que alguien puede soportar, se trata de una apreciación equivocada, pues “hasta ahora ustedes no tuvieron tentaciones que superen sus fuerzas humanas. Dios es fiel, y Él no permitirá que sean tentados más allá de sus fuerzas. Al contrario, en el momento de la tentación, les dará el medio de librarse de ella, y los ayudará a soportarla” (I Corintios 10, 13).

Y la certeza de que “los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros” (Romanos 8, 18), permite al cristiano alcanzar la paz interior, incluso proclamando “felices a los que sufrieron con paciencia” (Santiago 5, 11).

Efectivamente, “el Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros” (Isaías 25, 8), y al final de todas las cosas Dios hará sentir a todos sus amigos la victoria definitiva sobre todos los males, sobre todas las consecuencias del pecado: “Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor” (Apocalipsis 21, 4).

Visto así, no queda más que decir con el salmista:

“En paz me acuesto y en seguida me duermo, pues tú sólo, Yahveh, me das seguridad” (Salmo 4, 8)

TEMA DE LA SEMANA: “¿ES POSIBLE LA PAZ INTERIOR? LOS SANTOS TIENEN LA RESPUESTA»

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 23 de octubre de 2023 No. 1424

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