No es fácil mantener la serenidad en los momentos de prueba. El agobio que llega a pesar sobre una persona implica no sólo un sufrimiento emocional sino incluso espiritual.

Por tanto, qué mejor que recurrir a los santos para aprender de ellos cómo lidiar con el estrés y el dolor a fin de alcanzar la serenidad. Sin embargo, hay que señalar que no porque se llegue a un estado de tranquilidad significa que los problemas se hayan alejado:

“La serenidad no es estar a salvo de la tormenta, sino encontrar la paz en medio de ella”, señala el beato Tomás de Kempis.

Entonces, si se habla de encontrar la serenidad, lo que se quiere lograr es un estado interior que permita actuar de manera racional y templada aun en medio de los mayores disgustos y dificultades.

Muchas cosas no se pueden cambiar: enfermedades, la muerte, etc. Pero lo que sí se puede cambiar es la actitud ante estas cosas:

“No nos lamentemos, esforcémonos por someternos mansamente a la voluntad de Dios”, propone san Francisco de Sales.

Es verdad que, estrictamente hablando, Dios no es el que manda las catástrofes personales ni demás pruebas; pero lo que sí hace es permitir que sucedan. ¿Por qué lo hace, pudiendo impedir estos dolores?

“Dios no hubiera permitido la existencia del mal si no fuera tan sabio, tan bueno y tan poderoso que pudiera sacar bienes aun de los mismos males”, responde san Agustín.

Esto puede ser difícil de entender, y quizá desanime a muchos, pero los santos incluso han constatado esto que ya apuntaba santa Teresa de Jesús:

“Siempre encontramos que los que caminaban más cerca de Cristo fueron los que tuvieron que soportar las pruebas más grandes”.

En resumen:

“Aparte de la cruz, no hay otra escalera por la que podamos llegar al Cielo”, dice santa Rosa de Lima.

Ahora bien, no es lo mismo escuchar las voces de los santos cuando uno se encuentra en relativa tranquilidad que cuando se siente al borde de la desesperación.

En este caso conviene considerar lo que le fue mostrado a la beata estigmatizada Ana Catalina Emmerick respecto de Jesús cuando ya estaba crucificado y sufría “abandonado de toda consolación divina y humana”.

“Sus sufrimientos eran inexpresables, y por ellos nos fue concedida la fuerza de resistir a los mayores terrores del abandono, cuando todos los afectos que nos unen a este mundo y esta vida terrestre se rompen y al mismo tiempo el sentimiento de la ira nos obnubila; nosotros no podríamos salir victoriosos de esta prueba, de no ser uniendo por medio de la gracia divina.

“Desde el sacrificio de Jesús ya no hay para los cristianos ni soledad, ni abandono, ni desesperación ante la cercanía de la muerte, pues Jesús, que es la Luz, el Camino y la Verdad, ha ido por delante de nosotros por ese tenebroso camino, llenándolo de bendiciones y ha plantado en él su cruz para desvanecer nuestros espantos”.

Además, Jesús desde la cruz declaró a María Santísima como Madre de todos sus discípulos. Así que Ella ha venido a ser torre fuerte para resguardarse en medio de las más duras pruebas de la vida. Por eso san Claudio de la Colombiere sugiere:

“Si caes en el escollo de las tristezas, eleva tus ojos a la Estrella del Mar: ¡invoca a María!. (…) ¿Te sientes ir hacia el abismo del desaliento o de la desesperación? (…), invoca a la Madre de Dios. En medio de tus peligros, de tus angustias, de tus dudas, piensa en María, ¡invoca a María! El pensar en Ella y el invocarla, sean dos cosas que no se aparten nunca ni de tu corazón ni de tus labios. (…) Si Ella te tiene de la mano no te puedes hundir”.

TEMA DE LA SEMANA: “¿ES POSIBLE LA PAZ INTERIOR? LOS SANTOS TIENEN LA RESPUESTA»

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 23 de octubre de 2022 No. 1424

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