Los jóvenes merecen ser educados en la cristiandad para evitar un mayor daño social.
Por Mónica Muñoz
Vivimos una realidad innegable: la violencia ha ido en aumento en los últimos días, lo que ha traído temor e incertidumbre; además, todos los medios existentes se pelean para presentar la noticia más llamativa, que, de por sí, no requiere de ayuda para ser escandalosa.
Ante este escenario tan desolador, se levantan distintas voces buscando un culpable. Es cierto que el gobierno tiene la encomienda de preservar la paz y mantener el estado de derecho intacto; sin embargo, el daño es más profundo y, desafortunadamente, tiene su raíz en la familia, lugar en el que nacemos todos y aprendemos los principios básicos para convivir en sociedad.
Porque hay que recordar que, incluso la gente dedicada al crimen, proviene de una familia en la que, seguramente, hubo ausencia de valores; por ello, cuando cometen delitos y siembran el caos, lo primero que hacemos es buscar culpables, señalando de inmediato a nuestros gobernantes, quienes, ciertamente, tienen parte de responsabilidad, pero seguirán obteniendo escasos resultados mientras que los padres de familia no asuman su propia responsabilidad de educar a sus hijos como personas, es decir, conscientes de sus derechos, pero también de sus responsabilidades y obligaciones.
Además, agrego que en México todavía la mayor parte de la población se reconoce como creyente de alguna religión, aún en su mayoría católica.
Siendo honestos, tendrían que aceptar que su estilo de vida no encaja con lo cristiano. Bastaría escuchar lo que muchos aconsejan a sus hijos ante una pelea: inmediatamente surge un “no te dejes” en lugar de reflexionar con ellos lo que significa sembrar enemistades.
O bien, haciendo caso omiso cuando roban, desvían a sus hijos del buen camino al no corregirlos oportunamente. Entonces, que no nos extrañe saber que los que andan haciendo desmanes fueron bautizados, confirmados y hasta hicieron la primera Comunión.
Porque ocurre que viven ritualismos sin sentido, sin entender que hay que hay que vivir como Cristo enseña y hacer de los sacramentos la fuente de gracia constante que los mantendrá firmes ante las adversidades y fuertes ante la tentación, y, sobre todo, les infundirá valor para no tener miedo de proclamar el nombre de Cristo y sus enseñanzas tal como son, no acomodaticias ni socialmente correctas, esas que la sociedad ha hecho a la medida de sus caprichos.
Así pues, seamos sinceros con nosotros mismos y tomemos la parte que nos corresponde en el daño que se ha hecho en el tejido social, eduquemos cristianamente a nuestros niños, adolescentes y jóvenes y demos al mundo ciudadanos de bien, porque, de no hacerlo así, nunca saldremos de este círculo vicioso que nos mantiene atados a la violencia y la descomposición del género humano.
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 28 de junio de 2020. No. 1303