El padre José María Briones Herrera, en esta pandemia, trabaja para seguir manteniendo una comunidad activa.
Por Chucho Picón
El padre José María Briones, originario de Perote, Veracruz, tiene 27 años como sacerdote, y actualmente es párroco de Santo Tomás Moro, en la ciudad de Tulsa, Oklahoma. Antes de la pandemia tenía una socorrida afluencia de más de mil 500 fieles que acudían a las diez diferentes Misas que se ofrecían los fines de semana.
Ahora ofrecer Misas en bancas vacías es algo que no se esperaba, pues no creía que pudiera llegarse a ese punto.
“Cuando el señor Obispo mandó el comunicado un jueves sobre que el día domingo ya no se podían celebrar las Misas, pues la verdad es que yo no me lo creía; como que no podía pensar que estuviéramos llegando a ese punto. El primer día yo llegué al templo como si nada, pero ya en el momento de la celebración yo sentía un nudo en la garganta, me dolía mucho no ver a la gente”.
“Para mí ha sido muy complicado el momento de la Comunión, porque tú no sabes cuánta gente últimamente ya comulgaba en la parroquia; después de los retiros que hemos tenido, habíamos llegado al punto de que teníamos que estar cinco personas dando la Comunión”.
En tanto, las necesidades de los fieles también se han convertido en una necesidad para la parroquia, toda vez que muchos de ellos se han quedado sin empleo.
“Gran parte de nuestra gente se ha quedado sin trabajo, y está buscando despensas y ayudas. Aquí en la parroquia ha sido muy rara la persona que se acerca a pedir dinero, sino que normalmente pide comida. Y empezamos a dar despensas, pero no hemos podido abastecer al cien por ciento con despensas completas, aunque sé que en otras iglesias también lo están haciendo: en iglesias católicas y en iglesias no católicas; pero ha habido una gran necesidad, sería imperdonable que en este tiempo no estuviéramos cerca del Pueblo de Dios”.
El padre Briones se las ha ingeniado para seguir ofreciendo el sacramento de la Confesión, sobre todo a las personas con una fuerte necesidad de hacerlo.
“Yo he seguido confesando, nada más que ahora lo hacemos por cita. Confieso en mi oficina, donde ya no tengo ni sillón; yo abro la puerta y el penitente se queda de pie, y yo también, en el otro extremo; y si la persona requiere la Comunión, se la doy en la mano. No lo hemos hecho así públicamente sino que, sencillamente, la gente que tiene esa necesidad tan fuerte es la que busca de todas las maneras cómo acercarse”.
Finalmente, considera que este momento de pandemia es la oportunidad para “valorar y replantear. También estoy viendo que nuestro planeta ha tenido un respiro, después de tanto que no lohabíamos cuidado.
Pero también somos gente de esperanza, gente de confianza, gente de fe, y sabemos que esto no es un castigo de Dios, pero tal vez ha sido necesario para entender el valor de la familia”.
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 28 de junio de 2020. No. 1303