Las alusiones al «Rostro de Dios» son muy frecuente en la Biblia: aparecen cerca de 70 veces, sobre todo en el Antiguo Testamento. Por ejemplo: “En un arranque de furor te oculté mi rostro por un instante, pero con amor eterno te he compadecido —dice Yahveh, tu Redentor” (Isaías 54, 8), o también: “Dice de Ti mi corazón: «Busca su rostro». Sí, Yahveh, tu rostro busco. No me ocultes tu rostro. No rechaces con cólera a tu siervo; Tú eres mi auxilio” (Salmo 27, 8-9).
Esas expresiones tienen un sentido figurado, ya que “Dios es espíritu” (Juan 4, 24). Sin embargo, al llegar la plenitud sucede lo que escribe el Apóstol san Juan: “A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, Él nos lo ha dado a conocer” (Jn 1, 18).
Ahora bien, esto es en el sentido espiritual. Pero en el sentido material, ¿quién no querría tener la bendición de mirar a Jesús? Por algo existen las imágenes religiosas que lo representan.
De los cientos o miles de retratos que se han hecho de Él, ¿cuál es el que mejor o más acertado? La respuesta a estas interrogantes no es esencial para la vida del cristiano; sin embargo, como el Señor verdaderamente se introdujo en la historia humana al encarnarse, tuvo un rostro concreto, un aspecto determinado, y descubrir cómo era es algo que más de una vez se ha tratado de indagar a lo largo de los siglos.
Pero con frecuencia se han sacado conclusiones apresuradas. El hecho es que existen demasiadas versiones de la “verdad” del aspecto de Jesucristo.
Bajo y feo
Para unos, Cristo debió ser bastante feo, pues en Isaías 53,2 se lee: “No tenía gracia ni belleza; le vimos y no tenía un aspecto atrayente” (Isaías 53,2).
Hasta se han escrito libros para convencer al mundo de la fealdad del Señor, o al menos de su intrascendencia visual. Orígenes, escritor cristiano del siglo III, también supuso: “Jesús era pequeño, poco atrayente, similar a uno cualquiera”, mientras que san Efrén el Sirio sospechaba que Jesús apenas medía como un metro y medio de estatura.
Por su parte, el católico francés François Mauriac, premio Nobel de literatura, escribió en una de sus obras: “En el momento de entregarlo, Judas no dirá a los soldados que iban a aprehenderlo: ‘Lo reconoceréis por su estatura. Aquel que es más alto que vosotros, cuya majestad salta a los ojos, a ese debéis arrestar’. Tampoco dirá: ‘Os será fácil distinguir al Maestro de los demás’. No: será necesario señalarlo con un beso”.
El más hermoso
Pero también hay opiniones diametralmente opuestas, que sostienen que Jesús debió ser físicamente hermoso; y, además, estas posturas igualmente se basan en un pasaje de la Biblia, el cual dice: “Eres el más bello de los hombres; en tus labios se derrama la gracia” (Salmo 45,5). ¿Cómo pueden “contradecirse” tanto dos pasajes de las Sagradas Escrituras?
Cuando se considera un versículo de la Biblia es necesario leerlo en su contexto. Y en el caso de Isaías 53, 2 el contexto es la profecía de la Pasión de Jesucristo, en la que el Señor es tan maltratado que queda como un “desecho” (Is 53, 3), pues “estaba tan desfigurado que ya no tenía aspecto de hombre” (Is 52, 14).
El texto bíblico, pues, no está haciendo referencia alguna al aspecto que tenía Jesús antes de la Pasión. Por ello no es incoherente pensar que pudo tener un aspecto agradable, e incluso majestuoso.
TEMA DE LA SEMANA: BUSCANDO EL VERDADERO EL ROSTRO DE CRISTO
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 26 de julio de 2020. No. 1308