Por Jaime Septién

En una carta escrita en 1940, después un pequeño libro, El hecho extraordinario, el profesor de filosofía y -tras su conversión- sacerdote, don Manuel García Morente, recuerda aquella noche de París del 29 al 30 de abril de 1937, cuando tuvo la repentina aparición de Jesucristo, en el departamento donde pasaba en soledad los días de su exilio.

La carta la escribe para su director espiritual, el padre José María García Lahiguera. En ella narra su singular experiencia, su radical conversión y su deseo de servir a Dios a través del sacerdocio. Era un intelectual ya mayor, casado y con hijos. Traductor de Kant y autor de las muy famosas Lecciones preliminares de filosofía.

Pero aquella noche todo se transformó. Dejó la filosofía, dejó la cátedra, Se ordenó sacerdote y al poco tiempo murió. ¿Qué vio en la noche parisina? Nada. No descubrió el rostro de Jesús. No dijo cómo era. Se trataba de una presencia. La de Él, sin duda. Pero, ¿no desde la Resurrección el rostro de Cristo es el rostro traspasado por la gloria? Ni María Magdalena ni los discípulos de Emaús, ni los apóstoles lo reconocieron.

¿Cómo es el rostro de Jesús? En dos mil años nos hemos dado a la tarea de querer reconstruirlo. Porque le queremos ver. Sabemos que si nos lo encontramos cara a cara, corazón a corazón, caeremos rendidos a sus pies. Es lo que más anhela el creyente. Verlo a Él. Adelantar la gloria.

TEMA DE LA SEMANA: BUSCANDO EL VERDADERO EL ROSTRO DE CRISTO

Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 26 de julio de 2020. No. 1308

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