XX Domingo tiempo ordinario (Mt 16,13-20)
Por José León Pastrano y Antonio Escobedo C.M.
Cesarea de Filipo está ubicada a unos 40 km al norte del mar de Galilea, justo a los pies del monte Hermón. En ese lugar nace un manantial que alimenta de aguas cristalinas al río Jordán y por cuyas causes se encuentran tierras fértiles. El lugar cobra relevancia porque, de acuerdo con el evangelio de Mateo, cerca de ahí ocurrieron tanto la transfiguración como la confesión de Pedro sobre la que reflexionaremos el día de hoy.
Jesús fue a los límites de Galilea y Judea a interrogar a sus discípulos sobre lo que los demás opinaban sobre Él. Suponemos que no quería que su identidad fuera confundida con las ideas sobre el mesianismo de su tiempo y por eso optó por llevar a sus discípulos a un lugar que era destinado al culto de los paganos para confrontarlos delante de todas las deidades que eran veneradas ahí.
Jesús ya conocía el corazón de cada uno de sus discípulos, sin embargo, les cuestiona acerca de lo que otros dicen o han dicho de Él. Da la impresión que Jesús no estaba conforme con las respuestas recibidas y sigue preguntando; deja de interesarse por lo que dicen los otros para interesarse por lo que hay en el corazón de sus discípulos y amigos quienes son los más cercanos a Él.
Pero, ¿qué ocurre con la respuesta de Pedro? El Papa Francisco nos dice que Pedro encontró las palabras más grandes para decir quién es Jesús. Estamos frente a unas palabras que no vienen de sus capacidades naturales ni dotes intelectuales. Pedro sin estudiar, ni ser erudito sobre teorías divinas, recibió la inspiración del Padre quien es la Persona que mejor conoce a su Hijo para profesar una de las identidades y dignidades más profundas de Jesús: es el Mesías, el Hijo de Dios vivo (cfr. Papa Francisco, Ángelus, 27 de agosto de 2017).
Simón reconoce en Jesús al Mesías. Ante ello, Jesús no se queda atrás y da un paso más para poner de relieve la dignidad de la humanidad en Simón Pedro. Por si fuera poco, Jesús otorga una nueva identidad a Simón quien a partir de ese momento se llamará Pedro. Creo que eso mismo nos sucede: reconocer a Jesús como nuestro Señor nos lleva a obtener una nueva identidad y una nueva misión como cristianos.
Jesús le dice a Simón “Piedra”. Con ello, Pedro reconoce y asume la dicha que tendrá de continuar la tarea de Jesucristo. El mandato de Jesús no excluye a los demás apóstoles y discípulos, al contrario, los une en un pilar fuerte en el que Jesús observó la fe y la valentía. Es de sorprender que Jesús no se fija en Pedro sólo por sus grandes dotes; lo llama conociendo sus debilidades y sus limitaciones. Al final, quien llevará la batuta es Jesús, no Pedro. ¿Nosotros seguimos a Jesús confiando en nuestras capacidades o dejamos que Él nos guíe?
Es necesario en nuestra vida de fe salir de nosotros mismos para encontrarnos con Jesús. Muchas veces será necesario abandonar nuestras comodidades y apegos. Con un corazón verdaderamente abierto a aceptar la voluntad de Dios podremos identificar aquello que en verdad nos cuestiona y salir incluso a buscar sobre todo con aquellos excluidos de la sociedad.
Ojalá que nuestro Padre Dios nos permita reconocer a Jesús en el pobre, en el que sufre de injusticias y clama día con día por liberarse de las cadenas de la esclavitud y la marginación. Pidamos que nos dé la capacidad para reconocerte y, a ejemplo de San Vicente de Paul, no quedarnos indiferentes ante las dificultades de nuestros hermanos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 23 de agosto de 2020. No. 1311